En general, el pasado sábado había sido un gran día: Me la pasé toda la mañana en el Centro haciendo trabajo de promoción para el proyecto de Curaduría de la escuela. Pese a que tuve que esperar un poco más de lo debido a mis compañeras para entregar las encuestas hechas, pude ver un gran pedazo del Derby de España por la tarde, y me alegré por la contundente victoria del Barça sobre el Real Madrid, con una exquisita cátedra de creación ofensiva de parte de Xavi Hernández (el mejor mediocampista en el mundo futbolístico hoy en día), con los goles de Messi (un día normal para el "Messias" rosarino) y Pedro (su enjundia del Miércoles contra el Arsenal fue recompensada), y un paseo a los merengues a domicilio que no fue de escándalo gracias a la siempre oportuna brillantez de "las manos de España", Iker Casillas (dos veces héroe, dos veces mártir). Pese a todo, la Liga aún no tiene ganador...
Pasé por mi casa para cambiarme de ropa, dejé la piel blaugrana para enfundarme en el que llamo mi "uniforme de gala" (suéter y playera azul marino riguroso con pantalones de mezclilla), comer algo ligero y peinarme mejor. Partí a las 6:45 hacia el metro y partir hacia el Auditorio Nacional. En los andenes, me puse a pensar en que no había estado ansiando el concierto al cual me dirigía como otros a los cuales había asistido (Metallica, Norah Jones, Joss Stone) mientras escuchaba el disco "You Could Have It So Much Better" de la banda escocesa que se presentaría esa naciente noche en el coloso de Reforma: Franz Ferdinand.