junio 12, 2013

Cholecystectomy Blues

Las heridas de una batalla que por ahora voy ganando.
(Instagram: @franzmovi)

Ayer me extirparon la vesícula biliar, una experiencia de proporciones desconocidas para mí; después de años de vicios alimenticios y etílicos, puedo decir que he pagado mi primera sentencia. Soy joven, mi salud quedó sensible después de esta operación, pero al menos puedo decir que me he librado de un tremendo dolor que, de haberse quedado el órgano en mi cuerpo, pudo traerme un mal mucho más delicado como una pancreatitis biliar. Por ahora, no puedo comer carne ni grasas y tampoco puedo beber alcohol; los que crean en el karma podrán argumentar, pero también hay una carga genética importante y una historia familiar demasiado inquietante detrás.

Cuando mi madre comenzó a sospechar que mis tremendos dolores se trataban de litiasis biliar, lo primero en lo que pensó fue en su hermano menor, mi padrino, quien tenía 31 años cuando murió de pancreatitis biliar asociada con alcohol hace más de 13 años; aquel día fue de los más tristes de mi vida y uno de los que, desde mi opinión, fueron el inicio de una mala racha llena de cismas y rencores guardados dentro de mi familia materna. Hay un detalle a considerar, dentro de los nietos adultos de mi abuela, yo soy el que siempre arranca comentarios sobre el parecido que tengo con él, mientras que mi primo G. es la copia fiel de mi otro tío, su padre.

De ahí a que la preocupación fuera tal, y como buena doctora, no erró el diagnóstico; por más que trataron de diluirme las piedras con medicamento, no fue posible que el contenido de la vesícula se diluyera después de un año. El último cuadro de dolor que tuve ocurrió unas semanas antes de renunciar a mi trabajo, no supe si era presagio, pero al menos tenía claro que me quería operar antes de mi cumpleaños. Debido a que mi padre preparó el trámite de mi operación en un tiempo récord, menos de cinco días, tuve poco tiempo para prepararme psicológicamente; fisiológicamente estaba en el límite, como me enteraría poco después, entre más pronto se hiciera la cirugía sería mejor.

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Accedí al Hospital Mocel el lunes por la mañana con poco más de 10 horas de ayuno y un manojo de nervios entre mi cuello; después de registrarme en mi habitación, papá me dio un abrazo tratando de que me tranquilizara. Pasé la espera tratando de ver televisión o jugando Candy Crush; no tenía ganas de tomar los libros que llevaba, sabía que no me iba a concentrar en la lectura. Llegó el médico asistente de Cirugía, L. a marcarme el abdomen y a indicarme qué pasaría; más tarde llegó la anestesióloga R. con un humor bastante cándido que logró relajarme por fin. Al final, llegó el cirujano que me operaría, el doctor O. Cuando mamá, mi hermana y G.S.F., el amigo de toda la vida de mi padre, llegaron a la habitación, ya me habían puesto suero y estaban a punto de llevarme al quirófano.

Mis memorias entre lo que ocurrió entre la entrada del quirófano, la estadía en el cuarto de recuperación y el regreso al cuarto son como imágenes vistas desde un vidrio empañado; recuerdo que junto a mí había un hombre de sesenta y dos años con rimbombantes apellidos árabes que seguramente estaba igual de nervioso que yo. También vi al doctor L. de reojo sobre la puerta, a quien le pregunté si había una palabra alternativa a "paciente" que aplicara mejor a mi impaciencia; me dijo que no existía. Recuerdo cuando entré al cuarto 4 del quirófano, con sus paredes salmón y enormes luminarias y que el doctor O. confirmó mi edad y mi apellido materno; cuando me pusieron las mascarilla, no tuve ni oportunidad de contar en cuenta regresiva, sólo recuerdo que la visión se me nubló como si se me hubiera llenado de humo.

Desperté con un tremendo dolor de espalda y hombro derecho, con las pequeñas heridas marcándome su perforante presencia, totalmente mareado por el trauma de la anestesia y el shock de mi cuerpo ante lo que era desconocido para mi cabeza. Las primeras horas fueron de pesadilla, imposibilitado para moverme, aquejado por el dolor que me causaba el dióxido de carbono que se inyecta para las cirugías laparoscópicas y con un drenaje de Penrose bastante sangrón y latoso sobre una de mis tres heridas; afortunadamente llegó la doctora M. con el doctor L. para limpiar ese conducto, el cual me retiró al día siguiente por la mañana sin ningún problema. La noche la pasé entre Tame Impala, Juan Carlos Baglietto, Van Morrison y el ir y venir de las enfermeras; necesitaba algo meloso y relajado para conciliarlo con el ayuno y los analgésicos. Mamá estuvo a mi lado todo el tiempo, no me puedo quejar.

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Después de 37 horas, pude desayunar dieta blanda mientras esperaba a que el doctor O. confirmara mi alta y me dijera los siguientes pasos a seguir para mi recuperación; pasé el resto del día hojeando el periódico del dueño del hospital, recibiendo un par de visitas, tomando siesta, comiendo caldo de pollo y viendo partidos de fútbol diferidos. Pasaban el Bélgica - Serbia del viernes pasado cuando el doctor O. llegó y me dijo que había acabado 2-1, acabando con el encanto de ver lo bonito que están jugando los Rode Duivels. Tenía al menos cuarenta piedritas, la más grande era del tamaño de un hueso de durazno, las demás parecían granos de elote. Después de recibir el alta y de tomar por fin un baño, salí de ahí sobre una silla de ruedas a las 6:15 de la tarde.

Así, en menos de cuarenta y ocho horas perdí mi vesícula pero gané la oportunidad de una vida más saludable; ahora se tratará de cuidarse en exceso, espero estar otra vez en mi forma óptima para el siguiente lunes. Por ahora, descanso y retomo la escritura de esta bitácora esperando poder estrechar pronto las manos y los corazones de aquellos que me han tenido en su pensamiento durante estas horas tan aciagas y extrañas. Mi saludo para todos ustedes.

NUMEROLOGÍA

1 vesícula extirpada.
2 litros de suero usados.
2 días de hospitalización.
3 orificios en mi cuerpo.
4 médicos me trataron,
5 enfermeras me cuidaron.
8 visitas al cuarto de familia y amigos.
35 canciones escuchadas en el iPod
37 horas de ayuno involuntario.
40 piedras en mi vesícula.
48 personas se preocuparon de una u otra manera... y contando
62 años tenía el paciente que entró conmigo al quirófano.
90 minutos, más o menos, duró mi operación.
913 la habitación del hombre que ingresó junto a mí a operación.
1014 la habitación que me asignaron para el postoperatorio.
0-0 el somnífero México - Costa Rica de ayer.
2-1 quedó el Bélgica - Serbia que veía cuando llegó el Dr. O.

1 comentario:

  1. Caramba, no hay razón para avergonzarse de no saber. También yo que lo he expuesto demasiado, ¿no crees?. Sin duda ahora estoy bastante mejor, las ventajas de la juventud. Incluso ya estoy comiendo en más cantidad tratando de desquitar la tensión que tuve con el ayuno.

    Ojalá tu mamá haya logrado salir de la depresión; supuestamente es una operación sencilla cuando es laparoscópica; igual y la de tu mamá fue abierta y por eso se pasó más tiempo en el hospital. Afortunadamente tuve la oportunidad de estar en privado, más cómodo que si me hubiera operado por el Seguro. De todas maneras estaba bien, lo que me importaba era que me la sacaran antes de agosto.

    Saludos!!! Me he estado acordando mucho de tu blog justo porque no he leído de tí en un rato.

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