¿Qué le deparará el destino? (Fotografía del Autor) |
El pasado jueves fui a un autolavado, una cosa rara para alguien que es partidario absoluto de la caminata y el transporte público, pero había que acompañar a mi familia a lavar el coche; ahí me puse a pensar en algo que insinuaba y me cautivaba de forma especial desde hace tiempo. Frente a mí, sentado en un banco de espera mientras dos sujetos, uno de mediana edad y otro más joven que yo, lavaban con asombrosa velocidad dos automóviles sedán, había un BMW modelo Z3 totalmente arruinado, con una capa de polvo gruesa que era señal de su abandono, por no hablarles de la falta de piezas de tan peculiar ejemplar; por supuesto, las pocas que conservaba estaban rotas, percudidas o demasiado oxidadas para ser rescatadas.
En la avenida, un fakir hacía malabares con antorchas mientras el semáforo cambiaba de color y un desesperado conductor tocaba su claxon de grito de Tarzán; son más de las seis de la tarde, el cielo de oriente se muestra con todos sus tornasoles tras los árboles y los edificios oscurecidos, mi amarga animadversión a esperar se distrajo especulando sobre las circunstancias que llevaron a ese BMW sin placas ni futuro al ostracismo de aquel autolavado, donde reposa sin remedio ni esperanza de encontrarse algún día con sus piezas perdidas y con la rispidez de un camino.
Me río en mis adentros pensando en la ironía de aquella situación, el oxímoron de un vehículo sucio en un servicio de lavado de automóviles; "en casa de herrero, azadón de palo", digo en voz alta mientras doy un enésimo vistazo a la descarapelada parte frontal; mientras veo al abúlico gigante de la velocidad en su decadencia no elegida, la ciudad sigue rodando en medio de su neurótica taquicardia evadiendo embotellamientos y choques. Mentadas de madre, sirenas de todo tipo, claxons, humo y luces caóticas que se sienten lejanas ante el foco de mis ojos tristes observando detrás de un enrejado.
Pensé en mis promesas rotas, arrumbadas en rincones intransitables como aquellas capas de polvo. Pensé en lo difícil que fue cortar de tajo con la vida nuevamente, sentir que todo se derrumba, renunciar al trabajo, sentirse incapaz de confrontarse con los problemas y volver al estatismo, justo como ese bólido blanco abandonado. De primera intención, el sabor a vida real comenzó dulce en mis labios, pero se volvió amargo de repente; no quisiera hablar sobre esto en este momento, gran parte de la gente que aprecio conoce ya mi decisión y mi decepción.
Lo cierto es que en mi corazón hay mucho más que dar; es tiempo de repararme y seguir adelante.
Muchas gracias Beto...
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