S.S. el Papa Francisco (AP) |
Después de tres días de silencio dentro de los muros de la Capilla Sixtina y de cuatro fumate nere, a las 19:06 de la hora romana, el Consejo Cardenalicio determinó que había votos suficientes para declarar un nuevo romano pontífice. En cuanto salió el humo blanco de la Capilla Sixtina, el mundo católico se agitó de emoción y alegría, pero pocos pronosticaron la decisión tomada a lo largo de las tres semanas de especulaciones desde la renuncia de Benedicto XVI. Se hablaba de varios papabili entre la Curia Romana y los cardenales más prominentes de la actualidad; si bien se esperaba en muchos sectores especializados que hubiera un Papa del Tercer Mundo, pocos apostaban por el que se asomó en el balcón de la Basílica de San Pedro.
El elegido fue el cardenal arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, quien entre su curriculum cuenta con haber sido Superior General de la Compañía de Jesús en Argentina durante los duros tiempos del Proceso de Regeneración Nacional, la sangrienta dictadura militar que tuvo al país austral bajo la oscuridad entre 1976 y 1983. Pese a contar con el fondo intelectual y la espiritualidad de los jesuitas por formación, el ahora sumo pontífice de la iglesia católica se ha caracterizado por sus posturas conservadoras y sus pleitos con el régimen kirchnerista de su país, pero sin llegar a los arrebatos radicales de muchos cardenales de la estirpe ratzingeriana; humilde, tímido, cercano a la gente, futbolero hincha de San Lorenzo y de jovial primera impresión, la primera sensación que me causó fue de esperanza. Nunca pensé decirlo, más allá de que sea latino, de que haya elegido el nombre de mi santo patrón para su labor pastoral y de que tenga formación jesuita como yo, este hombre mueve algo en mi espíritu que me permite verlo como alguien cercano y confiable.
Mucho hemos podido leer en los medios de comunicación desde el pasado miércoles hasta hoy del perfil que el papa Francisco posee entre sus credenciales; las opiniones son divididas entre los que lo ven como un colaborador del PRN y los que admiten que fue un salvador de vidas en esos años tan duros. También se ha hablado sobre su trascendencia como el primer Papa latinoamericano en tiempos donde 42 de cada 100 católicos del mundo pertenecen a la Iglesia, algo que suena mucho más relevante ahora mismo en estos tiempos de crisis; justo dicen las filtraciones del cónclave pasado que fue el segundo lugar en las elecciones para el ministerio petrino en 2005, puja a la que renunció después de tres votaciones. Trescientos cincuenta años después de haber sufrido persecuciones y censura, la Compañía de Jesús puede llamar "propio" al ministro al que juran obedecer sin condiciones al tomar sus votos; el pasado de Francisco en la orden de San Ignacio de Loyola nos hace pensar en que el espectro teológico podría moverse hacia el centro en el futuro.
Si Juan Pablo II me causaba incómoda extrañeza y Benedicto XVI me provocaba cierta intimidación intelectual, puedo decir con cierto alivio que Francisco podría ser un papa que por vez primera me cause admiración. El tiempo lo dirá, no esperemos un papado largo, esperemos que la casa se limpie desde adentro.
El elegido fue el cardenal arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, quien entre su curriculum cuenta con haber sido Superior General de la Compañía de Jesús en Argentina durante los duros tiempos del Proceso de Regeneración Nacional, la sangrienta dictadura militar que tuvo al país austral bajo la oscuridad entre 1976 y 1983. Pese a contar con el fondo intelectual y la espiritualidad de los jesuitas por formación, el ahora sumo pontífice de la iglesia católica se ha caracterizado por sus posturas conservadoras y sus pleitos con el régimen kirchnerista de su país, pero sin llegar a los arrebatos radicales de muchos cardenales de la estirpe ratzingeriana; humilde, tímido, cercano a la gente, futbolero hincha de San Lorenzo y de jovial primera impresión, la primera sensación que me causó fue de esperanza. Nunca pensé decirlo, más allá de que sea latino, de que haya elegido el nombre de mi santo patrón para su labor pastoral y de que tenga formación jesuita como yo, este hombre mueve algo en mi espíritu que me permite verlo como alguien cercano y confiable.
Mucho hemos podido leer en los medios de comunicación desde el pasado miércoles hasta hoy del perfil que el papa Francisco posee entre sus credenciales; las opiniones son divididas entre los que lo ven como un colaborador del PRN y los que admiten que fue un salvador de vidas en esos años tan duros. También se ha hablado sobre su trascendencia como el primer Papa latinoamericano en tiempos donde 42 de cada 100 católicos del mundo pertenecen a la Iglesia, algo que suena mucho más relevante ahora mismo en estos tiempos de crisis; justo dicen las filtraciones del cónclave pasado que fue el segundo lugar en las elecciones para el ministerio petrino en 2005, puja a la que renunció después de tres votaciones. Trescientos cincuenta años después de haber sufrido persecuciones y censura, la Compañía de Jesús puede llamar "propio" al ministro al que juran obedecer sin condiciones al tomar sus votos; el pasado de Francisco en la orden de San Ignacio de Loyola nos hace pensar en que el espectro teológico podría moverse hacia el centro en el futuro.
Si Juan Pablo II me causaba incómoda extrañeza y Benedicto XVI me provocaba cierta intimidación intelectual, puedo decir con cierto alivio que Francisco podría ser un papa que por vez primera me cause admiración. El tiempo lo dirá, no esperemos un papado largo, esperemos que la casa se limpie desde adentro.
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