mayo 28, 2020

Discos Fetiche #1: El Tri - Hoyos en la Bolsa

Discos Fetiche es una sección que había querido realizar en este blog desde tiempos inmemorables. Un inciso de esta bitácora para hablar de aquellos trabajos discográficos que, si bien no son mis favoritos, sí logran darle vueltas a mi cabeza por diferentes razones, ya sea porque hablan de cosas que estén pasando o porque se asocian de alguna manera con mis neurosis y manías.

Hay canciones que trascienden sus respectivos contextos, canciones que tienen la capacidad de explicar momentos similares de la vida pública y privada de las personas. Algo que me queda claro es que la historia no es cíclica; eso de que "la historia se repite" sólo ocurre en las telenovelas y en la literatura sentimental. En un país como México, donde las desigualdades y los problemas estructurales han sido la constante de nuestro devenir, cualquier canción de protesta puede mantenerse vigente sin importar el color de los blasones de la clase gobernante o los esfuerzos enmudecidos de la sociedad organizada.

Quizás por eso es que siempre considero Hoyos en la Bolsa (1996) como el disco más sólido que produjo el Tri en los años 90. Tratar de dar un juicio de cualquier álbum de la banda de Alex Lora, pionero innegable de la libertad de expresión en la música popular mexicana, es un ejercicio complejo; las canciones del Tri suenan muy similares desde los setentas hasta ahora, patrones de guitarras blues, pianos de honky tonk, solos de saxofón que después derivaron en armónicas, algunos violines para agregar textura de epopeya y los gritos de su líder y fundador. El Tri peca sobre todo de ser una banda de canciones pasajeras, de componer de acuerdo a las coyunturas de la vida nacional, casi por encargo. Los temas de relleno en los discos del Tri envejecieron de repente; los que trascienden se aferran a la realidad mexicana como el tormento de las erinias.

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Hoyos en la Bolsa es en sí declaración de principios: los aires de grandeza del neoliberalismo salinista se tradujeron en una economía frágil que se desplomó en el complejo 1994. El "error de diciembre" fue el canto de cisne de un año al que los aires de cambio se le ensuciaron tan pronto como empezó; el levantamiento armado del EZLN en Chiapas, los magnicidios del candidato priísta Luis Donaldo Colosio en Lomas Taurinas y del secretario general del PRI José Francisco Ruiz Massieu en la Ciudad de México y la difícil transición de las viejas formas autoritarias hacia una política de mayor libertad democrática. Por supuesto, la devaluación del peso mexicano afectó a la economía de las clases medias y bajas a lo largo del siguiente sexenio. 

Quizás fue por eso que Alex, muy católico y muy poblano, compuso una oración en lugar de una mordaz afrenta a la deuda externa, a la corrupción y a las instituciones represoras. "Perdónanos la Deuda" pone la otra mejilla ante la catástrofe, motivado por la impotencia, tristemente pasajera, de los abusos de las castas gobernantes. Del influyentismo, la corrupción y la impunidad líbranos señor por piedad. (...) Perdónanos la deuda, perdónanos Señor, como nosotros perdonamos las tranzas de los que nos gobiernan. Incluso en estos tiempos de pandemia y recesión, es difícil decidir entre reír o llorar.

Sin embargo, Alex Lora siempre está más cómodo en posiciones de ataque, y "Que Regrese Salinas" es una canción cuya coyuntura se dilató gracias a la satanización del discurso de la izquierda hacia el ex-presidente. Que regrese lo que se atracó pide el coro final de la canción, el cual es atribuido con mordaz ingenio "al pueblo de México" en los créditos del álbum. Por supuesto, los presidencialismos de vieja escuela han vuelto con todo en los últimos años, por lo que el papel de villano para el ejecutivo se ha vuelto hasta arquetípico de nuestra cultura política.

Año con año el dinero vale menos, años con año todo vale más. Año con año la crisis va avanzando y aumenta los abusos del gobierno. El tema que da título al disco es un conteo de todo lo que ocurría (y sigue ocurriendo) por consecuencia del constante estado de crisis económica que se vive en nuestro paraíso de tercer mundo llamado México. Sube el dólar, sube la inflación, surgen problemas familiares y desmejora la salud; el círculo vicioso que proviene de las incertidumbres económicas y que se representa en los hoyos de los bolsillos de los ciudadanos de a pie

Entre otras canciones que integran este álbum encontramos un tremendísimo retrato de descomposición social ("Pamela"), críticas al poder absoluto de la televisión en la mentalidad del mexicano promedio ("La Caja Idiota" y "El Canal"), un jocoso canto al condón ("El Enmascarado de Látex", canción compuesta por Francisco Barrios "el Mastuerzo" de Botellita de Jerez), un reclamo al trato de los migrantes ("Trabajo Pesado"), entre otras.

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En tiempos como los que estamos acostumbrados a vivir, el cinismo se vuelve arma y escudo contra el peso contundente de la realidad. Como lo dijo el burro de la Rebelión en la Granja de Orwell, las cosas no pueden ser ni mucho mejores ni mucho peores de lo que han sido y siguen presentes como constantes inalterables de nuestro devenir el hambre, la opresión y el desencanto. Por eso canciones como las del Tri siguen vigentes e inalterables en nuestro colectivo pop, porque la realidad nunca la rebasa.


Tracklist:
  1. Todo Sea por el Rocanrol
  2. Pamela
  3. Perdónanos la Deuda
  4. La Caja Idiota
  5. El Fantasma
  6. El Enmascarado de Látex
  7. Ruta 100
  8. El Trabajo Pesado
  9. Que Regrese Salinas
  10. Hoyos en la Bolsa
  11. El Canal

abril 28, 2020

Notas sueltas sobre el Coronavirus / Me podrían regalar una canción para el aislamiento

Los personajes del momento: COVID-19 y Susana Distancia
(Facebook: Piñatería Ramírez)

Vivimos tiempos complicados. Cuando creímos que el temblor y la influenza habían probado al límite nuestra capacidad de asombro y nuestras ganas de supervivencia, nos encontramos que el mundo vive azotado por un virus altamente contagioso. El COVID-19 es el nuevo azote de la naturaleza en tiempos donde la ecología y la economía se desploman a la par y sin poder que los detenga.

Por supuesto, han pasado muchos meses desde la última vez que escribí en este blog; mi vida ha dado cientos de vuelcos y se la vive en el peligro de la salud física y mental. Entonces recordé que fue en momentos de ocio cuando fue la crisis del AH1N1 que surgió este blog; si hay un tiempo perfecto para retomarlo, aunque solamente termine siendo una entrada para dentro de muchos meses, es justo en estos momentos.

Un pequeño update sobre mi vida: Dejar de fumar me llevó a otras adicciones y formas de ocio; dejé el cigarro por consecuencia de una bronconeumonía que me tuvo una semana en cama (febrero de 2019) y al impacto de la lucha que libró mi madre contra un molesto cáncer de glándula tiroides (mayo del mismo año). Ahora mismo mi madre se recupera de una segunda cirugía; nada grave afortunadamente, pero sí algo que considerar para evitar contagiarse de la nueva gripa.

Confieso que no he dejado de ir a la oficina por ratos (alguien incluso me dijo que le parecía que me habían comprado en el mercado negro); aún tomando todas las recomendaciones, usando gel antibacterial y cubrebocas, temo por mi salud. Las calles y el transporte público son escenas fantasmales, la gente va con tristeza de lado a lado porque no hay más opción que enfrentar ese mal que se presenta en forma de números y estadísticas. El doctor Hugo López-Gatell y el canciller Marcelo Ebrard se han convertido en una suerte de mensajeros de números fríos y recomendaciones tajantes. Cuando todo parece irse por un abismo de incertidumbre, ellos ponen la escena en cámara lenta.

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López-Gatell: el hombre del destino (Notimex)

No importa en qué momento estés leyendo esto, el número de personas enfermas de COVID-19 aumenta. En algunas partes ha bajado el ritmo de los contagios, pero en muchas otras la marabunta aún está por comenzar. En México al 27 de abril hemos llegado a 15,000 contagiados y estamos por llegar a los 1,500 muertos. En el mundo, la Universidad John Hopkins estimó 3 millones de contagiados y 210,000 muertos. Recuerden que todo esto debe llevar el subtítulo tenebroso "y contando".

Sin embargo, en México no nos hemos detenido del todo; la economía de los hogares y la necesidad de vivir al día nos obliga a seguir tomando riesgos y continuar trabajando. En el interior de muchos mexicanos vive un pequeño tirano llamado Salinas Pliego y otro llamado López Obrador. Es muy triste y desolador saber que en muchas partes hay escépticos y fanáticos de las conspiración que insisten que el COVID-19 es un mito genial, que insisten que no es para tanto y que lo que se dice no es tan grave como realmente es. Por supuesto, en un país como el nuestro donde hay que ver para creer cualquier cosa, es difícil convencer a quien le faltan conocimientos científicos y le sobra fe.

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Bellas Artes vacío (Reuters)

Sobrevivir haciendo home office en casa se ha convertido en un ejercicio de paciencia. Todo es lento, los ingresos del trabajo caen en cuentagotas y los gastos de operación son siempre complicados; siempre hay peligro de que todo se pierda y el retroceso del agujero negro económico nos lleve entre sus faldas. Son tiempos de invertir esfuerzos en tareas lentas que ameritan talachas prolongadas, que se van dejando de lado por las urgencias del día a día. Por un lado, hay que cuidar a mamá en momentos en los cuales la incomodidad de su cuerpo es un obstáculo; ella, la doctora de la casa, no nos puede cuidar en este momento. Por otro lado, hay que cuidar la vitalidad del trabajo porque el pesimismo de este capitalismo maltrecho no nos permite detenernos.

Afuera, la ciudad es un gran desierto, un campo minado de amenazas invisibles, una ciudad que hiberna para no desfallecer ante la pandemia. Entre repartidores de comida, farmacias en estado de alarma, automóviles flotando libres en avenidas acostumbradas a la inundación vehicular y el sol que abrasa el pavimento y el asfalto, los cubrebocas se han convertido en escafandras, el gel antibacterial en el lubricante de la salvación y el aislamiento en la paradójica elección de la vida en sociedad y el amor hacia los demás.

Los amaneceres y los crepúsculos se sobreponen a velocidades asombrosas, pero dentro de nuestra relatividad temporal todo es letárgico como un insomnio. Las tareas frente a la computadora se acumulan, las llamadas y los mensajes de Whatsapp se interponen en la cabeza como pilas de post-its y las videoconferencias y llamadas se convierten en reclamos de una rutina extraviada, de una realidad alterada.

Como aislados en nuestras colmenas de asfalto y ladrillo, los hombres de la hipercomunicación han comenzado a resentir la necesidad de la convivencia física, de los intercambios de alientos y gestualidades, de la comunicación como siempre debería ser. Las sanas distancias nos han otorgado el síntoma de nuestras distancias emocionales, de la carencia de manos estrechadas y de los abrazos guardados, de la dependencia que el corazón y el espíritu tienen hacia los cuerpos. Si el fin de la pandemia nos permite acercarnos más a las personas que queremos, este infierno se habrá convertido en epifanía.

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Irónicamente, son tiempos también para reencontrarse con uno y con los suyos, para retomar lo que la desidia congeló, para aprender cosas nuevas; la cuarentena física nos ha dado necesidad de meditar, necesidad de llorar. Estoy convencido de que la belleza habrá de salvarnos de esta catástrofe; afortunadamente, cuando todo esto termine habrán museos que nos esperan, lugares desconocidos qué visitar, libros y poesía que nos son indómitos en estos momentos, canciones que aún no se refugian entre nuestros sentimientos.

Por supuesto, el arte es ventana de alegrías y desahogo de frustraciones. Dichosos los que vivimos en las épocas del Netflix y de los contenidos por streaming de todo tipo. En tiempos en los que vivimos refugiados y esperamos renacer de las cenizas de nuestras malditas realidades, quizás necesitemos más de una canción de cuna para mantener nuestros sueños en balance. Entre las últimas grandes obsesiones de mi vida está el incansable Bob Dylan, con todo y su premio Nobel; otra cantante que me ha mantenido a flote ha sido la enorme Mercedes Sosa, la voz de un planeta Tierra que hoy está enfermo de olvido y de desesperanza.

Si tuviésemos que ayudar a alguien a pasar el tiempo de la cuarentena un poco mejor, lo ideal sería apelar a la inocencia y regalarle unas palabras de aliento, palabras que permitan a los sentimientos aflorar entre la tierra quemada en la que se ha convertido nuestra era. Yo voy a dejar aquí dos canciones implorando que la pandemia termine con la soberbia de nuestra especie y que nos haga sociedades más fuertes.


octubre 05, 2018

Momento Photo Booth #17: Un rápido saludo


Han pasado demasiadas cosas que se cuelan de las pinzas de mi cabeza como agua viva sobre manos secas. Sin embargo, agradezco de corazón el oxígeno en los pulmones, las razones de mi existencia.

Aunque en la foto no lo aparente, me siento bastante bien.