El peligro se atenúa entre sombras gigantes de azufre. El crepúsculo es un destino, la noche una ciudad. No hay estrellas, no hay cometas, las auroras se destierran en búsqueda de tierras lejanas, rincones de calmas aparentes.
Sobre el desierto gélido de las plazas de armas las grietas del pavimento se desangran. No hay voces a la vista, no hay polvo tras la ira, sólo un silencio sepulcral corriendo despavorido entre las coladeras y las avenidas.
La bruma es la ley y la suerte, la tierra no tiene tregua ni espacios para los corazones desolados. Entre la sal del agua brotan nitratos que carcomen los pasos de las alimañas y las plagas. La muerte fue el aroma de la luna afligida.
El miedo es la plegaria de los hombres sin rostro. La neurosis es la bilis de la soledad.
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