diciembre 15, 2014

Berrinches de Novelista Novato #40: Un terrorismo llamado Telemarketing


Cuando pienso en las características de la década en la que vivimos, pienso de inmediato en las empresas dedicadas al telemarketing que abundan dentro de la ciudad. Sin duda ofrecen una oferta de empleo empecinada y perseverante en medio de un mercado laboral escaso. Este tipo de giros comerciales son reflejo de nuestros sórdidos tiempos; tratar de ganar dinero a costa de cualquier recurso.

Escribo esto porque hace unos días una de mis compañeras peleaba con uno de los empleados de atención a clientes de algún banco. Buscaba, sin demasiado éxito, cancelar una tarjeta de crédito. "Quisiera no saber nada de ustedes" le dijo a la persona que la atendía del otro lado de la línea. No pude soportar la curiosidad de saber lo contradictorio que puede ser un servicio de marketing telefónico de cualquier tipo, ya sea la resolución de dudas y quejas o el ofrecimiento de servicios aparentemente tentadores.

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Desde mi óptica muy personal y sin ánimo de ofender, el telemarketing se ha convertido en la encarnación más sofisticada del acoso y la extorsión institucionalizada llevada hasta la comodidad de su hogar. Los bancos son los principales practicantes de esta clase de abusos; basta con utilizar una tarjeta bancaria un par de veces para que un joven empleado mal pagado del área de telemarketing del banco en cuestión llame a su hogar por la friolera de dos o hasta tres veces al día para ofrecerle préstamos y créditos engañosos. Ojalá los empleados del servicio opuesto, la atención a clientes para quejas, sugerencias y cancelaciones, tuviera ese nivel de eficiencia; el chiste se cuenta solo.

El trabajo de ejecutivo telefónico debe ser uno de los trabajos más tediosos que deben existir, aún cuando en eso radique mi interés en ellos. Debe exigir una constancia religiosa y una tolerancia a la frustración casi nula. El perfil del aspirante debe de hacer énfasis en la aparente extroversión y en la falta de tacto hacia lo políticamente incorrecto; sin duda es el trabajo ideal para jóvenes desorientados y confundidos, los marginados por ignorancia de la rebeldía institucionalizada, la mano de obra emergente en tiempos de desastres económicos y crisis de todos los valores tangibles. El concepto de horario flexible quedará a la discreción del empleador o del huso horario; se puede comenzar la lidia un sábado a las siete de la mañana o terminar entre semana cerca de las ocho de la noche.

Las voces al otro lado de la línea son juveniles pero acartonadas; el entusiasmo se manifiesta en la mera insistencia, no en las formas. Suelen comenzar con el nombre del destinatario mal pronunciado, leído de repente en una pantalla o una lista; en algún momento pueden ser largos monólogos o sucesiones aburridas de preguntas. Las empatías son imposibles en esta clase de servicios; nadie que no sea un cuentista, un loco o el hombre más paciente sobre la tierra podría concebir armar conversaciones amenas con estas gentes, mucho menos habría espacio para la risa, la intelectualidad o la cachondería (Saludos J.L.M.). Al final del día, se desea colgar el teléfono, la gran mayoría lo logra, pero otros se enganchan; el masoquismo disfrazado de amor al chisme suele ser más fuerte.

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La privacidad y el resguardo de datos personales se convierten en conceptos ambiguos; dar cualquier dato telefónico o de correo electrónico a cualquier banco o tienda departamental se convierte en una invitación a ser molestado hasta el hartazgo. No hay tregua en la temporada de cacería telefónico; no existe veda, sólo temporadas altas como Navidad, Cuesta de Enero o Buen Fin. En los tiempos de economía precaria, todos los giros sin excepción llaman a sus clientes en búsqueda de atraer ventas e inyectar dinero a sus arcas. Cualquier saludo a clientes viejos que han dejado de lado su fidelidad es pretexto para tomar la bocina y llamar.

Ojalá no tuviéramos que saber nada de las empresas que nos quieren vender algo por teléfono; ya estamos demasiado inmersos en bombardeos comerciales como para que también invadan la privacidad de la calma hogareña. La ciudad moderna es una constante invitación al consumismo: publicidad estática, radio, televisión, prensa, internet, centros comerciales, incluso el cine. Ojalá el teléfono sólo nos diera el ligero respiro de poder hablar con amigos aunque sea a distancia; yo en lo personal llevo años sin conversar largo y tendido por este medio.

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