Odio el mes de marzo como a pocos días del año, es el mes en el que mi cabeza presenta más inestabilidad, en el que mi concentración y mis ánimos se encuentran mermados y las cosas tiemblan por causas misteriosas en sus cimientos. Posiblemente se deba a que me da la resaca del inicio del año; después del envión de los primeros meses, el año en curso cae en una meseta abúlica en apariencia, pero que se deja sentir con toda su fuerza en cuanto bajo la guardia.
Apenas ha comenzado marzo y ya he aprendido demasiado, o mejor dicho, me ha recordado lecciones que necesito volver a retomar constantemente para no olvidarlas. He recordado que no se puede evitar tener errores porque nunca se deja de aprender, que hay caídas que serán más aparatosas que otras, pero son justo éstas las que otorgan más lecciones, que volver a comenzar debe estar siempre entre las opciones y que desfallecer ante los tropiezos no debe ser nunca una opción.
Tal vez marzo es el mes que me llama a ser mejor persona, mejor hijo, mejor trabajador, mejor escritor, una mejor versión de mí; marzo debe ser el mes de las pruebas difíciles, el que me permita medir mi valor en vista de lo que vendrá en el resto del año. En los últimos años, este mes ha sido sinónimo de cismas y de cambios bruscos, en el que las dudas se vuelven a posar sobre mi vida como buitres sobre carroña. Para todo eso, sólo hay un remedio: seguir caminando y adaptarse a los cambios.
Por ahora, es todo lo que quiero escribir. Tengo que dejar este tema aparte y dedicarme de lleno a llevar este mes a buen puerto después de tantas tormentas. Al final de cuentas, comenzará pronto la primavera.
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