Taquería de Av. Dolores, Centro Histórico (Luis Arcadio de Jesús / Ephemeral Visions). |
Con esta entrada comienzo una colección de textos donde hablo sobre las cosas que me gustan de la ciudad en donde vivo; LOVEDe-Efe será la sección dedicada a tratar de entender las razones que hacen a la Ciudad de México tan excitante para vivir. Como todo en este blog, no hay intenciones intelectuales, sólo diversión a la hora de nombrar eso que es parte de ser defeño que no tienen otros lugares.
Una cuestión inevitable de la vida es comer; comemos para tener energía y nutrientes que nuestro cuerpo utiliza para seguir con su día a día. En todas las culturas del mundo existen platillos típicos que se consumen de acuerdo a la ocasión, ya sea una comida diaria o el manjar de eventos especiales. En México nos distinguimos por la enorme variedad gastronómica que se prepara todos los días en las cocinas de nuestros hogares, así como de la gastronomía que se vende todos los días en nuestras calles.
Me atrevería a decir que la gran mayoría de los mexicanos hemos comido en la calle al menos una vez en nuestra vida; incluso los más pudientes podrían jactarse de conocer restaurantes inspirados en la comida callejera o en el sabor de la comida corrida, pero no es igual. Comer en la calle tiene sus riesgos de higiene, pero los mexicanos nos rebuscamos para sortearlos; como dice uno de mis compañeros del trabajo, hay alimentos que saben a calle, lo cual es inimitable incluso en una ciudad tan grande como el De-Efe.
Cuando no llevo comida de casa, debo buscar dónde comer en el descanso del trabajo; en las dos sedes de la empresa donde laboro hay buenas propuestas callejeras, aunque también podría darme el lujo de ir a un changarro más establecido. En una sede hay buenos tacos con salsas muy picosas: de cabeza con salsa de habanero y de diferentes carnes con chile de árbol; hay que decir que por la zona son un poco caros. En esta región también abundan los puestos de mariscos y un puesto de tortas bastante cumplidoras a un costado de un hospital.
En la segunda sede, ubicada entre un barrio de abolengo y una colonia popular, encuentro comidas corridas y tacos de guisado bastante asesinos. En particular me gusta este último lugar, a unas cuadras de un centro comercial de altísima plusvalía, porque tienen al menos un guisado con vísceras: ya sean riñones, hígado o moronga, siempre pido al menos un par. Las comidas corridas de la zona tiene sazón típico del lugar en donde están, entre calles donde se aprecia la vitalidad de la clase media baja ante la gentrificación de los alrededores; si hay algo que resiste a prueba de todo es la tradición.
Ya sean las quecas de la noche o las tortas de tamal en la mañana, siempre encontramos un pretexto para los antojitos callejeros; alrededor de estos puestos se reúne gente con todo tipo de poder adquisitivo y clase social. Si cualquiera quiere hablar sobre nuestra cultura, debería ir a un puesto de comida; terminará comiendo como un rey y conociendo a los mexicanos un poco mejor.
Nada más democrático que la voluntad de comer, pero ojalá fuera para todos un placer; el día que no haya hambre entre todos los hombres del mundo, seremos verdaderamente libres.
Me atrevería a decir que la gran mayoría de los mexicanos hemos comido en la calle al menos una vez en nuestra vida; incluso los más pudientes podrían jactarse de conocer restaurantes inspirados en la comida callejera o en el sabor de la comida corrida, pero no es igual. Comer en la calle tiene sus riesgos de higiene, pero los mexicanos nos rebuscamos para sortearlos; como dice uno de mis compañeros del trabajo, hay alimentos que saben a calle, lo cual es inimitable incluso en una ciudad tan grande como el De-Efe.
Cuando no llevo comida de casa, debo buscar dónde comer en el descanso del trabajo; en las dos sedes de la empresa donde laboro hay buenas propuestas callejeras, aunque también podría darme el lujo de ir a un changarro más establecido. En una sede hay buenos tacos con salsas muy picosas: de cabeza con salsa de habanero y de diferentes carnes con chile de árbol; hay que decir que por la zona son un poco caros. En esta región también abundan los puestos de mariscos y un puesto de tortas bastante cumplidoras a un costado de un hospital.
En la segunda sede, ubicada entre un barrio de abolengo y una colonia popular, encuentro comidas corridas y tacos de guisado bastante asesinos. En particular me gusta este último lugar, a unas cuadras de un centro comercial de altísima plusvalía, porque tienen al menos un guisado con vísceras: ya sean riñones, hígado o moronga, siempre pido al menos un par. Las comidas corridas de la zona tiene sazón típico del lugar en donde están, entre calles donde se aprecia la vitalidad de la clase media baja ante la gentrificación de los alrededores; si hay algo que resiste a prueba de todo es la tradición.
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Nada más democrático que la voluntad de comer, pero ojalá fuera para todos un placer; el día que no haya hambre entre todos los hombres del mundo, seremos verdaderamente libres.
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