Umberto Boccioni (1882 - 1916) "Estados de la Mente III: Los que se quedan" (1911) Óleo sobre tela, 95.9 x 70.8 cm Museo de Arte Moderno, Nueva York |
Aprendí a hablar a los tres años, aprendí a amarrarme las agujetas a los cinco, no di mi primer beso hasta tercero de secundaria e incluso tomé el vicio de fumar hasta la mayoría de edad. No soy un chico normal, no he aprendido muchas de las cosas que importan en la vida a la edad que normalmente se aprenden; a los 26 años de edad, soy ignorante de muchas peculiaridades que envuelven nuestra forma de relacionarnos; insinúo el amor, la amistad y la fraternidad, pero no las termino de comprender porque no las asumo como mías. Quizás por eso, en muchos sentidos, me concibo más solitario que nunca en la vida.
Veo las redes sociales: se va a casar uno de mis primos y la hermana gemela de una colega ya dio el sí, otras compañeras muestran fotografías de sus bebés o sus anillos de compromiso; hubo una reunión de viejos amigos del colegio, otros asisten a bodas y anuncian sus proyectos a los ojos de todos los que los tienen en sus círculos, al alcance de frivolidades y nostalgias. Yo tengo mi trabajo y nada más, no hay mucho qué reportar más allá de cosas maravillosas que veo, algunas salidas o las cosas que se redactan en este blog. En este año se ha escrito poco, no necesito decirles el porqué.
Mi sentido de la independencia es muy limitado, mis inseguridades se transpolan hacia las actividades más triviales; por ejemplo, hoy estuve en una plaza comercial viendo los aparadores y entrando a las tiendas para revolver la ropa, los zapatos y los discos. Después de dos horas de pensarlo como si se tratara de un manifiesto del arte nuevo o una declaración de principios, terminé comprándome unos trajes bastante buenos. Quizás si tuviera más dinero y no fuera tan tacaño también hubiera comprado corbatas o camisas, pero me hubieran cerrado las tiendas; no me quejo, el dinero es para eso. Me rebusco al decidir, no puedo dejarle las cosas tan fáciles al curso del azar.
Me he prometido no pisar ninguna plaza hasta el próximo viernes, día que recogeré mis compras después de los arreglos rigurosos de sastrería; quizás haya sido la simpática chica que me atendió la que me animó a sacudir un poco mis ahorros para invertir en trajes para mi repertorio, entonces tengo otra razón para volver. No dudé al pedir valencianas para los dobladillos de los pantalones, no dudé en dar mi talla de saco y no lo dudaría si tuviera que salir con esta chica alargada de sonrisa dispareja, ojos pequeños y letra redonda, pequeña.
Aún me siento raro teniendo una agenda, un celular que reciba llamadas y una tarjeta bancaria; no entiendo cómo no he podido madurar al ritmo de mi edad. Comienzo a perder el cabello, mi forma es cada día más curva, mi energía mucho menor y aún batallo para superar los lugares y sucesos de mi pasado; al menos me queda la inquietud, aunque mi creatividad anda en los suelos. Tengo una necesidad obsesiva de ser precoz y de llamar la atención, como mi madre siempre quiso; no puedo darme de golpes contra el calendario, necesito un respiro de mí mismo y aprender esas cosas que he dejado pendientes en el tintero.
A vivir, por ejemplo...
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