Elegancía, una SG y mucho rock & roll... (OCESA) |
El miércoles comenzó como muchos días memorables, con un olvido; iba a la mitad del camino cuando me di cuenta que no me había puesto cinturón. Mi hermana me llevó a una parada de taxis cercana a mi trabajo y en cuanto me desabroché el cinturón de seguridad recordé que no me había puesto el de vestir.
Ya en la oficina, me sentí tentado de buscar un Sanborn's para comprar unos tirantes, pero el pantalón me quedaba bien y mejor lo descarté. Entonces me volví a fijar en mi mochila y verifiqué que mi pase para la noche estuviera ahí; dos cosas eran seguras, que esa noche tocaría Fito Páez en la ciudad y que al día siguiente sería mi subasta. Dos momentos claves en 48 horas.
La mañana la pasé vendiendo nuestra exhibición de Antigüedades; trabajar en una galería te obliga a ser un sujeto culto y social, algo que cuando tenemos esta clase de eventos disfruto cada vez más. Por la tarde, hubo trabajo de bodega y algunas lecturas periodísticas; seguía fresca la herida de Ayotzinapa, no podía mantenerme indiferente a la infamia que se vive en el país, pero lo único que estaba en mis manos era informarme y exigirme la verdad.
En todo momento, estuve pensando en la música de Fito Páez, el rosarino que surgió como la estrella más brillante de una generación de cantautores escindida por la barbarie que sufrió su Patria; entre muertos y desaparecidos por la dictadura militar argentina, él y muchos más lucharon por lo que ellos pensaban era la libertad, el amor a la música como medio y fin de su trabajo artístico.
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Dieron las 7 de la noche, salí quince minutos después de la oficina; caminé como siempre dejando lentamente el estrés detrás de mí. Iba pasando a lado del Campo Marte cuando comenzó un ligero chipi-chipi que fue en aumento mientras subía las escaleras del Auditorio Nacional; en cuanto crucé las rejas de la entrada, un torrente de lluvia se extendió junto al fuerte viento como una cortina gigante. Los fanáticos que aguardaban en la entrada se acercaron corriendo hacia el vestíbulo; yo sacudí mi saco y me compré unos nachos para botanear mientras esperaban las 20:15.
Al entrar al teatro, lo primero que noté fue que había un hueco de ausentes en la parte de abajo, en la sección de preferente; el segundo piso no se abriría y los balcones, en donde yo estuve, tenían muchas más personas. Me pareció intrigante que no se hayan llenado las localidades, me causó mucha incomodidad voltear a ver esas lunetas rojas vacías, casi una hilera completa. Sin embargo, había vibraciones inequívocas de ambiente épico.
Había buen candor entre los presentes; a mi alrededor vi gente de diversas edades, casi todos en pareja. Los solitarios como yo nos notábamos discretos leyendo el feed de las redes sociales mientras mirábamos de reojo a las chicas y a la gente que iba llegando. En cuanto dieron las 20:30, un hombre del otro extremo de la hilera comenzó a aplaudir tímidamente; pasaron veinte segundo cuando de repente había más gente haciendo lo mismo mientras otros ocupaban apurados sus lugares.
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Al apagarse las luces, la oscuridad se acompañó con un ruido estruendoso de amplificador; tras la luz blanca, la delgada silueta de Fito Páez portaba una Gibson SG mientras saltaba hacia el frente del escenario. Portaba su largo cabello hasta las orejas, entrecano en las sienes, unos lentes cuadrados negros, traje negro con corbata a juego y camisa blanca. "Rock & Roll Revolution" fue la canción elegida para encender la noche, del nuevo álbum homónimo, homenaje idólatra a Charly García. Tal como relata este tema, el día que Fito conoció a Charly junto con Andrés Calamaro, tras un concierto de Baglietto, casi orina sus pantalones; afortunadamente, mi vejiga estaba vacía.
Ahí estaba Rodolfo, el chico de la tapa con ojos de videotape cuya vida y canciones conozco y canto casi todos los días, el rosarino que dejó su hogar para tocar rock n' roll, la leyenda viva del pop latinoamericano en toda su vital persona. "Buenas noches Distrito Federal" dijo al terminar de cantar "Muchacha", otro tema de su nuevo disco que hace pequeñísimas pero concisas referencia a obras de otros de sus "compañeros de ruta", como los ha llamado. Entonces vino el bloque cursi de la velada con los sencillos de su penúltimo álbum, "Yo Te Amo", el tema que titulaba aquel disco y "Margarita", la canción que le compuso a su amor más puro, su hija.
El quinto tema de la noche fue un regreso al pasado, el eterno retorno a "La Rueda Mágica" sonó en todo el Auditorio con la misma energía de veinte años, el pulso vital con el cual la juventud conoce la libertad en su piel. Se hizo una larga pausa para las palabras de Fito, quien invocó a Oscar Wilde, cuya obra magna, "El Retrato de Dorian Gray", inspiró su último sencillo, "Canción para Sybil Vane", donde explora el lado más sórdido de la personalidad de aquel personaje maldito de la literatura universal.
Tras un largo y evocador solo de piano, muestra del virtuosismo de Páez tras el piano, surgió la inolvidable "11 y 6", la hermosa canción de amor infantil e inocente del disco Giros (1985); el Auditorio tomó la palabra y fue una voz. Entre una pausa brevísima, Fito mencionó que había canciones de las cuales se sentía orgulloso de haber compuesto pese a los años que habían pasado; fue el comienzo de "Al Lado del Camino", canción que arrancó lágrimas de mis ojos en el climax de su poesía. Todo se calmó con "La Mejor Solución", tema del nuevo material que fue pretexto de muchos para descansar las piernas.
Fue entonces que Fito quedó totalmente solo frente a sus fanáticos, sólo con el piano de por medio; al compás de "Las Tumbas de la Gloria" el Coso de Reforma volvió a cantar retando los silencios de todos sus rincones. Después de otro delicioso intermezzo de piano, comenzó "Cadáver Exquisito" con sus escalas ondulantes; el episodio se completó con "Un Vestido y Un Amor", el enamoramiento en el ambiente era claro, las parejas se abrazaban y se besaban entre la luz tenue de un coro meloso de sus propias voces al unísono, como una oración colectiva.
Se hizo la oscuridad, vino un breve intermedio en el cual se reincorporó la banda de apoyo y hubo un cambio de vestuario. Con el intro de sintetizador de "El Amor Después del Amor", surgió la voz de Páez en medio de la oscuridad; al surgir la luz blanca en el proscenio apareció Fito de nuevo con un curioso saco rojiblanco, lentes circulares blancos, una playera negra con el logo Say No More de Charly García y pantalones rojos de cuero. En el éxtasis de la canción, Fito sacó una playera con el rostro de Gustavo Cerati, el héroe del rock argentino que poco antes nos había dejado en medio de un instante oscuro. El clamor llegó hasta el cielo.
Con "Loco", Fito volvió a tentar al público con otra canción sobre su estrecha relación con su maestro, ídolo y líder espiritual; "Que bueno que aún nos queda Charly", dijo. Con el intro circense de "Circo Beat" continuaron los éxitos; después vino "Naturaleza Sangre" bajo un mood mucho más rockero y desenfadado. Para simular un cielo estrellado, Páez solicitó que todos los presentes encendieran los flashes de sus celulares; el océano de puntos blancos comenzó a entonar "Brillante Sobre el Mic" mientras se mecía suavemente de lado a lado.
Aquella ensoñación se quebrantó drásticamente con la desesperada e inquietante "Ciudad de Pobres Corazones", momento de desahogo de energía; solos de guitarra, derroches de batería, la delgada efigie de Páez caminando sobre el piano mientras golpea su SG para la locura del respetable. Tras un silencio corto comenzó "A Rodar Mi Vida", canción donde Fito pidió al público que agitaran cualquier prenda en círculos; esta vez no hubo chica que mostrara su sostén.
La banda se retiró del escenario en plena implosión de su reducido pero fiel quórum. Pasaron poco más de cinco minutos cuando volvieron Fito y compañía, previo segundo cambio de vestuario por un traje azul cobalto aterciopelado, para tocar "Dar es Dar". Para terminar, el tema que mayor éxito ha tenido del catálogo del rosarino, "Mariposa Tecknicolor", canción que fue entonada al pie de la letra por todo el Auditorio ardiente.
"Gracias por permitirme ser parte de sus vidas", fueron las últimas palabras que mencionó Fito Páez después de despedirse. Hubo petición de un nuevo encore, el cual fue apagado de tajo por las luces del Auditorio Nacional. Salí después de dos horas de concierto delirante envuelto en canto y alegría, sediento de la sangre y la poesía del eterno joven Rodolfo, el maestro de ceremonias a cargo de una rueda mágica y misteriosa, el músico cuyas palabras y cuyo corazón es parte del aire que respiro.
Al día siguiente, "Sólo le Pido a Dios" de León Gieco se convirtío en mi oración. Claro, era menester volver a nuestra realidad.
Clave de muerte, clave de sol... (Sígueme en Instagram: @franzmovi) |
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