Gustave Courbet (1819 - 1877) "Autorretrato (El Hombre Desesperado)" (1843-45) Óleo sobre tela, 45 x 55 cm Colección Privada |
Durante los últimos días, he tenido dos verbos que le han dado vueltas a mi cabeza, perder y cambiar; para mí, tienen mucho que ver, digamos que siempre han ido de la mano, déjenme contarles por qué. Cuando tuve edad para ir al escuela, mamá me metió a un kinder donde ya te enseñaban a leer desde los cinco años; yo hablé casi a los cuatro y un año después ya sabía leer y escribir. Además, mi maestra de preprimaria era sobrina de mi abuela y trabajaba en un kinder a tres cuadras de la Bombonera de Toluca; mi tía tenía presión extra de parte de la familia para que yo saliera lo mejor posible a la primaria. Como anécdota puedo decirles que su hija también se hizo normalista y que el edificio donde pasé aquellos años persiste y lleva abandonado casi una década.
Cuando iba en primero de primaria, me cambiaron de escuela a mitad del año, según porque los niños que iban en el colegio donde estuve la primera mitad del ciclo escolar apenas estaban aprendiendo a leer y a escribir. La segunda mitad de mi primer año de primaria la pasé en una prestigiosa escuela de gobierno al sur de la ciudad que en esos días tenía la fama de ser la primera elección para los hijos de las normalistas; fue la primera época que recuerdo donde experimenté la soledad y la dificultad para hacer amistades y un periodo donde perdía todo lo que me daban, ya fueran las loncheras o los útiles. El día que me presentaron como "el niño nuevo" (recuerdo que era un 1ºD) comencé a perder de a poquito mi inocencia infantil, aprendí de sopetón que en la vida no puedes caerle bien a todos y entendí el significado de la indiferencia como algo amargo e indeseable. Me puse a llorar frente al grupo cuando la maestra me introdujo al grupo, eso tampoco ayudó demasiado; perdí la desinhibición y me volví uno de los chicos más retraídos de la clase, mi único consuelo era que siempre salí bien en las notas.
Pasé otros cuatro años en aquella escuela, tuve que aprender a la mala a no perder mis cosas hasta el punto de hacerlo algo compulsivo; también había logrado hacerme de algunos compañeros de juego aunque siempre fui malo jugando, ya fuera futbol, las traes o las escondidas. Cuando entré a sexto de primaria, me cambié a la Ciudad de México y todo el ciclo volvió a empezar; después de terminar la secundaria, vinieron los cambios a la preparatoria y a la universidad. Una vez que lograba adaptarme a las situaciones de mi vida, se venía otro cambio que me hacía perder lo poco que había logrado hasta ese momento. Nunca me enseñaron cómo hablarle a la gente, no puedo decir que en ningún momento de mi vida haya tenido la oportunidad de "seleccionar" a las personas con las que quiero estar; a mí todo mundo me ha elegido, yo sólo he seguido el juego y me he vuelto fiel a esas personas.
Hasta hace poco me fui dando cuenta de que cambian las situaciones y con ello se pierden cosas en un ritmo casi cíclico; afortunadamente, después de todo lo que ha ocurrido en mi vida y en las de los demás, aún he tenido fortuna y capacidad para recuperar personas y recuerdos de aquellos días, quizás por eso es que terminé donde estoy hoy en día, con el deseo casi delirante de escribir. Sin embargo, tengo que aprender que la nostalgia no puede ser el único motor que sostenga mi vida, mis decisiones y mi producción literaria; de ser así, terminaría por derrumbarme en el camino y teniendo que volver a comenzar habiendo perdido los pasos que tanta pena me ha costado dar. No se preocupen si tienen el pendiente, me quiero demasiado como para suicidarme; mi ego es más grande que mi orgullo.
Para suerte mía, las causas perdidas en mi corta vida siempre terminan por encontrarme o nunca se terminan por extraviar del todo; supongo que eso es lo que los humanos llamamos esperanza en alguna de sus formas más ambíguas. Ya se me pasó la nostalgia universitaria y no me faltan de ser crítico de arte o de entrar a la maestría, pero no he hecho el suficiente esfuerzo para actualizar mis conocimientos y ver objetos artísticos novedosos; también quiero volver a dar clases, hablar con papá el sábado pasado me ayudó a aclarar el panorama y de buena vez reflexionar sobre mis errores para no volver a cometerlos. Mi carácter obsesivo me ha llevado a volcarme sobre la novela que comencé en febrero del año pasado; ahí sí voy bastante bien, pero no faltan las horas en las que siento que voy a terminar quemándola por la frustración de creer que no la he desangrado lo suficiente.
No he salido de mi letargo de dos meses por una razón, tengo miedo de perder nuevamente la ilusión y de cambiar mis rumbos bruscamente hacia lugares a donde no quiero llegar. Sin embargo, nada está dicho aún; mientras Dios lo permita, no todo estará perdido, mi corazón está casi intacto y late aunque quiera detenerlo.
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