David Kassan (Little Rock, 1977) "Epilogue" (2009) Óleo sobre panel de aluminio, 305 x 243 cm Gallería Henoch, Nueva York |
Había viajado a través de cientos de recuerdos, utópicas cartografías y un mar embravecido de historias esperando ser escritas. Sus dulces e ingrávidos pies mostraban el cansancio de una ausencia extendida más allá de los límites del inconsciente conocido, de la sombra cavernaria de los ires y devenires de mi existencia. Como una aparición divina, repentina e inesperada, Ella se posó como una musa Érato, pensativa y amorosa, junto al sinuoso barandal de hierro forjado que resguarda una escalinata que lleva al acceso a los palcos de un teatro estilo Art Nouveau en el primer cuadro de la utópica y etérea Ciudad Arcángel; fiel a su hermosa costumbre, estaba ligeramente despeinada, se había vestido con un chiton griego color salmón sujetado por una curiosa fíbula con forma de arco y flecha, portaba una corona de rosas a juego y una lira a la que le colgaban dos cuerdas rotas.
Supe de inmediato que estaba frente a mí en el marmóreo vestíbulo del teatro donde mis sueños y mis fantasías entran en escena; el arco reflejo entre sus profundos ojos zarcos y cada centímetro de mi piel estremecida reaccionó como si un rayo hubiera iluminado cada rincón de aquel salón. Ella siempre sabe dónde encontrarme, conoce los misterios de mi pensamiento como quien narrara una historia de memoria, como quien pudiera leer las páginas de un diario que nunca se escribió; Ella nunca necesita presentarse y, cada que deseo aislar mi soledad del resto del universo, siempre encuentra las llaves de mi escondite colgando de su cuello o entre sus castaños cabellos. Mi sonrisa reconociéndola es su invocación preferida, aunque a veces me ha encontrado con ríos de tristeza entre mis lágrimas o con nubarrones de frustración cegándome las ideas.
- ¿Sabes qué? No entiendo cómo puedes tener este lugar así. Llevas años queriendo remodelar este teatro y nada más no te animas. - Me levanté para acercármele y tomar su afilada mano, la cual besé con dramática devoción. Ella subió el escalón que nos alejaba sin separar su mirada de la mía; en medio de mi euforia intenté tocar su cabello, olvidando ese magnetismo que me mantenía distante de ella y que sólo me permitía tomarla de la mano al saludarla y al despedirla. Sólo era posible que nos tocáramos cuando ella tomaba la iniciativa, ya fuera para abrazar mi carne desencajada por el miedo o para llenarnos la piel con nuestras presencias cuando las semanas y los meses nos obligan a buscarnos con la desesperación de un largo instante sin respiración.
- Cara mia, tú siempre tan hermosa y yo siempre tan impresentable. Perdona la facha, estaba tomándome un respiro antes de terminar con este escombro. - Llevaba puesto un overol de algodón color naranja encima de mi ropa, lo más seguro es que estuviera limpiando el cascajo que había quedado de las butacas que había mandado quitar varios días antes. Mi deseo era remodelar todo el complejo; vestíbulo, butacas, palcos, vestuarios, bambalinas, foso para orquesta, todo debía quedar perfecto para que recuperara el viejo esplendor. El pretexto sería reunir a todos los personajes que he conocido durante mi vida en una noche, algo que desde su concepción era imposible ya que tanto olvido no se recupera ni en varias décadas de hipnosis ni en horas enteras de observar miles de materiales audiovisuales de aquellos días; estaba loco si creía que iba a llenar un teatro de ochocientas personas sin invenciones, imágenes borrosas y tergiversaciones, no existe aún la capacidad de recopilar tanta memoria sin involucrar a la inventiva multifacética de la imaginación. Ni siquiera sabía qué sería lo que montaría en el escenario; si los deslumbraría con un monólogo sobre lo que he aprendido de la vida en más de veinte años de vivirla a medias, sobreviviendo al día a día con la apatía de bandera, o si simplemente reproduciría algún recuerdo sólido en detalles con el proyector averiado que guardaba en la sala de luz y sonido. La restauración en sí del inmueble me había absorbido los pensamientos, sentía que las palabras se me terminaban cada vez que pensaba en cómo describiría cada invocación a la idea que residía justo dentro de mi voz.
- Tú siempre complicándote las cosas. ¿Por qué simplemente no pediste que el cascajo desapareciera? No olvides que este mundo es tuyo y lo puedes manipular a tu voluntad.
- No es eso, simplemente quiero darle mi huella a esta utopía aunque fuese interminable. No sé si estará lista algún día ni cuántas horas me tomará, sólo quiero que guíe mi camino hacia mi plenitud interior. Yo sé que suena simple y hasta cursi, pero hay cosas que no se pueden decir de otra manera.
- Estando en un lugar donde todo puede ser invención, te aferras a las cosas del mundo. Pudiendo ver más allá de la cueva, te quedas con las puras sombras. ¡Mira hacia la luz Francisco, hay algo más allá!
- Justo hacia allá observo querida. Mira este teatro, existe en el mundo real sólo en los detalles que voy recordando; la escalera en la que estamos, los motivos florales y geométricos de la fachada, toda la herrería de las puertas y de las columnas, el salón de pasos perdidos que da acceso a las butacas, los motivos pictóricos de las paredes, todo es parte de mi invención, pero todo se construye a partir de la realidad. En ese sentido, yo soy el arquitecto de esta ciudad, el foco que ilumina estas sombras con su luz imperfecta. Disculpa el sonsonete tirano, esto me pasa cuando me expongo a demasiada ciencia ficción y a películas sobre distopías. - Ella simplemente tomó mi mano y me llevó hacia la salida del teatro; sabía que me estaba insistiendo que descansara la cabeza, que le diera un tiempo para que descubriéramos los porqués de nuestro encuentro en ese momento.
La noche de Ciudad Arcángel estaba iluminada como en una pintura del Picasso azul, proyectaba un mapa de constelaciones indescifrables en la bóveda celeste que coronaba las frías y tenues candilejas. Cuando salimos y cerré la puerta del teatro, nuestras ropas habían cambiado por las de un par de jóvenes paseando por ambientes bohemios, blazers oscuros, pullovers de lana, pantalones de mezclilla y mocasines de terciopelo; caminamos varias cuadras hasta encontrarnos con una cafetería minimalista con paredes blancas y muebles tipo lounge color marrón, la cual estaba aislada del exterior por una enorme puerta negra que conducía a los interiores de un edificio de fachada sobria por medio de una escalera.
Todos los asientos estaban encima de las sillas como en hora de cierre, sólo estaba en posición el conjunto del centro, iluminado por una lámpara de pie con una campana de esponja con color marrón a juego. Sobre la barra, junto a la máquina cafetera, había dos tazas humeantes color rojo, las cuales tomé antes de sentarme mientras veía a mi compañera tomar asiento mientras se quitaba la chaqueta y reconocía el lugar.
- Café negro para ti, ¿verdad?
- Por supuesto. - Extendió sus manos para tomar el brebaje caliente entre sus dedos, los cuales eran mucho más firmes y sedosos de lo que recordaba. - Sabes que no tolero ese té chai que tanto te gusta.
- ¿De qué estábamos hablando? - Lo sabía, sólo necesitaba un pretexto para mirarla a los ojos nuevamente, esta vez enmarcados por unos lentes cuadrados de pasta negra, mientras le daba un sorbo rápido e inseguro a su bebida.
- Piensa lo que te estoy diciendo, claro que puedes manipular este lugar a voluntad. Las leyes son tuyas, si tú lo quieres, podríamos volar o vivir bajo el agua. Creación pura sin los límites de la física de la realidad que vives despierto.
- Si así fuera, podría controlar lo que sueño a mi entera voluntad, no sólo lo que se manifiesta en aquel escenario. Imagina tener la posibilidad de poder desenterrar todas tus memorias, todo lo que viste, leíste y sentiste para ponerlo de nuevo en escena como si fuera un filme. Pese a todo lo que ves, yo tengo muchos límites creativos aquí; yo sólo he manipulado sobre lo que había, incluso algunas de mis memorias están editadas o expurgadas. Sé que si quisiera se podría volar o caminar bajo el mar, sólo que prefiero el suelo bajo mis pies; digamos que es más por ideología.
- Entonces, ¿todo lo que veo es parte de la realidad?
- De eso tampoco estoy seguro; las personas tenemos tendencia a olvidar detalles, pero el subconsciente suele resguardar más imágenes y rostros de los que podemos recordar. Estos edificios son muchos de mi inventiva, algunos existen tal como los ves en la vida, otros sólo los he visto en libros o en descripciones y desconozco el origen de los demás. Ahora es de noche, pero las personas que llegan a recorren estas calles son un misterio para mí; de todas ellas, puedo reconocer al menos la décima parte, las demás no sé dónde fue que las vi.
- ¿Acaso existe alguien como yo en tu mundo? - Su pregunta me tomó por sorpresa, sentí que me había clavado una puñalada por la espalda, nunca me había interrogado con una pregunta por el estilo y no tenía lista una respuesta. Me llevé el té a la boca deseando que su calor sellara mis labios como si fueran de cera mientras formulaba una explicación que me dejara contento, que le llenara la inquietud de forma convincente. Ella notaba mi nerviosismo, sabía que estaba maquinando una media verdad, su instinto femenino solía ser infalible ante mis gestos más extraños.
- Tú eres una y eres muchas mujeres, tú eres una construcción de mi deseo que ha cambiado a lo largo del tiempo, una sombra que se encarna en cientos de formas dentro de estos sueños. Sin embargo, a diferencia de todas las proyecciones que habitan mi cabeza, tú tienes acceso a todos los lugares que piso, a todos mis pensamientos, a todos mis sentimientos; lo único que puedo decirte es que tus ojos existen en aquel mundo, pero no sé si los tendrás cuando te encuentre.
- ¿A qué te refieres? Explícame. - Sabía que Ella no podía juzgarme, aunque no sabía cómo reaccionaría cuando le dijera que era un ser diferente al resto de los habitantes de esta ciudad. Pensé que mi confesión la alejaría de mí en este mundo, que no podría aceptar ser sólo una invención, pero lo estaba tomando con el interés de una psicoterapeuta; sus ojos centelleaban con cada parpadeo y tenía la mano rozando su sien.
- Que espero encontrar a alguien lo más parecida a ti en mi realidad, aún cuando no tenga tus ojos ni tu cabello ni tus labios. Alguien con quien caminar en búsqueda de hacer realidad mis sueños, alguien que me apoye cuando todo parezca oscuro y penoso, alguien con quien reír y llorar, alguien con quien envejecer con el sol y la luna como testigos.
- ¿Y qué esperas que ella espere de ti? Yo no puedo responderte esa pregunta, lo conozco todo de tí, sé de qué pie cojeas, sé cómo destruirte y cómo hacerte renacer. Yo soy un poco de ti, ¿podrías ser tú algo para esa persona?
- Todo es posible en el mundo real con empeño y constancia, incluso enamorarse para toda la eternidad. Pareciera que los seres humanos hemos dejado de creer en esa clase de relaciones, decimos que la vida no es color de rosa, que nos hemos olvidado de la sustancia en favor de lo inmediato y que los prejuicios y el temor nos reducen las posibilidades. Sé que es muy cursi lo que te voy a decir, pero mientras tenga mi corazón y mi alegría, puedo formar parte de la vida de cualquier persona. Tengo a mis padres, a mi hermana, a mi familia y a mis amigos; la gente que me conoce suele decir que soy una buena persona. Es un buen inicio, ¿no?
- Hasta ahora tu respuesta es bastante decente, pero dime más. ¿Crees que podrás tolerar mis defectos cuando me encuentres en el mundo material? - Ambos estábamos disfrutando esa suerte de mayéutica improvisada; me di cuenta que comenzaba a amanecer en el horizonte, el cual se dejaba ver por un gran ventanal horizontal; sus colores cálidos comenzaban a invadir la escena llenando de luz el cuarto blanco que, minutos antes, sólo estaba iluminado por aquella lámpara incandescente que aún brillaba arriba de nuestras cabezas. Ella se puso de pie para abrir las persianas perladas que cubrían el paso de la luz del sol naciente sobre mi ciudad de sueños por descubrir.
- Por supuesto que sí, de hecho debo aprender que incluso en esos momentos encontraremos razones para la felicidad. No he querido pensarte con defectos para no estropear la sorpresa de lo que me pueda encontrar de vuelta en mi realidad. Supongo que ahí nos pondremos a prueba; no te preocupes, estoy listo para cualquier cosa, incluso para sopesar las consecuencias de mis propios errores.
Ella me sonrió con un garbo que no recordaba haber visto en sus labios; pese a que hubiera querido que me sermoneara por ser demasiado ingenuo y simple, sabía que no podía existir esa intención en sus ojos, los cuales seguían siendo tan azules como una llama crepitante. No supe qué responder, sólo apuré mi té mientras ocultaba mi mirada en el fondo de la taza.
- Oye Francisco, ¿y si vamos a nadar antes de que regreses al teatro?
- Por mí está bien. Mientras no despierte, tenemos tiempo. - Con un parpadeo, nuestras ropas se habían vuelto a cambiar; ella portaba un vestido sin tirantes de encaje blanco con olanes por encima de un bikini color turquesa, yo usaba unas bermudas grises y una playera de polo blanca; ambos ya teníamos puestas gafas de sol mientras bajábamos por la escalera hacia la calle.
- Hará calor esta mañana, ¿verdad?.
- Ese deseo te lo puedo conceder, también es el mío. - Nos dirigimos caminando hacia la playa que bordeaba la ciudad; era un camino largo, pero los dos teníamos muchas ganas de recorrerlo sin prisa.
- Oye, he estado pensando... ¿Qué pasará conmigo cuando me encuentres en tu vida?
- No lo sé, pero creo que si llego a tomar la decisión correcta, serás justo como ella, con todo y sus cientos de defectos. - Nos quedaba un kilómetro por recorrer, el sol había salido ya por detrás de nuestras siluetas como el astro celeste que resguarda el pasado, ilumina el presente y espera ansioso los avatares del futuro.
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