junio 02, 2013

Yo Confieso... #11: Odio las clínicas / Mentalizando una cirugía*

Jacob Jordaens (1593 - 1678)
"Prometeo Encadenado" (ca. 1640)
Óleo sobre tela, 245 x 178 cm
Museo Wallraf - Richartz, Colonia

No sé si ya se los he platicado, pero si no lo he hecho lo escribiré en este momento. Hay pocas pocas que repudie más en el mundo que el ambiente del laboratorio de una clínica de atención primaria por las mañanas; llegar pasadas las siete para nutrir fila tras fila de espera, observar adultos en sillas de ruedas estorbados por el bullicio de los pasillos, mirar detenidamente galones de orina en las manos de personas con gestos nublados, escuchar el llanto insoportable de niños recién picados por jeringas, el olor a sangre y asepsia, la sensación de no saber qué rayos tenía que esperar. Todo esto en un coctel de sensaciones extrañas que me daban ganas de plantarme un disparo en la sien o de correr despavorido hacia la avenida.

El pasado jueves tuve análisis clínicos relacionados con mi viejo problema de vesícula; esta vez, me los hice en el Seguro. Mientras escribía esto, esperaba mi turno para el ultrasonido esperando que le tuviera que dar la razón a mi padre, quien hace un año me dijo que no volviera loco con querer operarme tan joven; imploraba que el ácido ursodesoxicólico estuviera funcionando y las piedras fueran más pequeñas de lo que eran.

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Había entregado mi muestra de orina justo donde un médico que rondaba mi edad me había extraído sangre para otros análisis; llevaba más de doce horas de ayuno y apenas había dormido tres horas. Me dolía la cabeza, el niño berrinchudo que estaba justo frente a mí en la sala de espera no me estaba ayudando a calmar mis ansias; sólo sabía que tenía hambre y que el cielo estaba nublado como en un augurio de mal agüero.

El radiólogo, un hombre de mediana estatura con ojos claros y tristes de Basset Hound, me llamó y me pidió que me acostara sobre un sillón percudido de piel imitación; con el gel frío sobre mi abdomen, pasó el transductor de la máquina de ultrasonido con prisa y marcada frustración, casi con agresividad. Su cara era de pocos amigos, totalmente abstraída por la imagen que las ondas de su aparato reflejaba de mi cuerpo; según su reporte, tenía demasiados gases almacenados y no había podido echarle el vistazo que hubiera querido a mi páncreas, pero eso no era lo importante. Tardó menos de quince minutos para otorgarme el diagnóstico que temía, la litiasis sigue ahí; la única dosis de consuelo que me podía dar era que al menos no habían crecido y que estaban alejadas del conducto biliar.

Al salir de la clínica, caminé a pasos perdidos rumbo a casa, quería llorar pero estaba demasiado cansado y pensativo como para hacerlo a placer. Mi dramatismo hipocondriaco no me dejaba ver que no se trataba de algo sin remedio como un cáncer terminal o un tumor cerebral inoperable; varias horas después, tras una siesta y una sesión de lectura, retomé el tema con la cabeza más fría, me dije que hay cosas peores en la vida que no tener vesícula y no poder comer lo que me gusta sin malestares extraños que te incomoden. Sigo pensando, tal vez porque nunca he sentido las sensaciones de pesadez que no tener flujo biliar normal conlleva, que no puede haber peores malestares que aquel indeseable dolor.

La frustración del radiólogo era que el exceso de gas le estorbaba.
Mi vesícula está a la derecha, apenas y se puede ver algo...

*****

Hoy me dieron los análisis preoperatorios de mis fluidos; contra pronóstico, lo único alto en mi cuerpo es el ácido úrico, lo cual también se podría explicar con la comida que se preparó el miércoles, picadillo de res. En cierta manera, eso estaba planificado. ¡Ojalá que la gota no me atormente jamás!

Al parecer, me harán la colecistectomía antes del fin de año; afortunadamente, mi litiasis no es tan grave como para una operación inmediata y podría sobrevivir con dieta rigurosa hasta por dos años, la cual no seguiré ya que me conozco demasiado bien. Si mi padre me ayuda y decido entrar a quirófano, se lo haré saber a mis seres queridos tan pronto sea posible; necesitaré mucho apoyo moral porque sigo teniéndole miedo a los trocares y a los escalpelos.

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ACTUALIZACIÓN (04/07/13): El próximo lunes 10 de junio, me practicarán la colecistectomía para removerme la vesícula biliar en el Hospital Mocel. Durante los dos días que dure mi convalecencia, el blog entrará en Letargo. Agradezco infinitamente a las personas que me han escrito para desearme una pronta recuperación.

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