Vista de la ciudad de Matanzas, Cuba (Fotografía del Autor) |
Como alabastros confundidos entre las inclemencias de un desierto se sepultan las ideologías entre las babas de un Cronos implacable y febril. Hoy por la tarde aterricé en la isla de los encantos invocados bajo la palabra Revolución; donde se erosionan las barbas de un Zeus vigilante bajo sus templos a la merced de soles inclementes y huracanes de odio. Donde los discursos se amordazaron entre escombros y esqueletos de viejas casonas señoriales. Donde se guardan más silencios que matices de verde entre selvas y bosques. Donde una Susana mulata quedó a la merced de los viejos, sin más defensa que su orgullo y su belleza. Donde miles sueñan con balsas de altamar encontrando las arenas de tierras fértiles y desconocidas.
Ahí quedó anclado el Edén, dormido entre la cabellera de un Poseidón sin sueño, enclaustrado bajo estrellas desde hace miles de años muertas; entre ritmos y andrajos, entre vientos de cambio y conocidos quebrantos. Los llamados de auxilio no llegan entre aletas de tiburones y olores a gasolina y la nostalgia de la lejanía es un puñal que respira entre el pulmón y las costillas. Sentimientos a flor de feeling y sones, las mismas viejas canciones entre cientas de reencarnaciones. La Virgen de Regla entre sus flores de esperanza y blanca pureza conforta el sístole y el diástole de miles de corazones; como Yemayá protege a los niños y a las madres, a los que arrulla con las olas del mar.
La isla en la que aterricé tiene aromas a tabaco y azúcar. En este lugar hay mil razones para posar los sentidos y ejercitar el pensamiento en toda plenitud. La tierra que piso es un viejo que sueña con enfrentarse a la furia de la historia.
Varadero, Cuba. Julio 22 de 2013
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