abril 28, 2020

Notas sueltas sobre el Coronavirus / Me podrían regalar una canción para el aislamiento

Los personajes del momento: COVID-19 y Susana Distancia
(Facebook: Piñatería Ramírez)

Vivimos tiempos complicados. Cuando creímos que el temblor y la influenza habían probado al límite nuestra capacidad de asombro y nuestras ganas de supervivencia, nos encontramos que el mundo vive azotado por un virus altamente contagioso. El COVID-19 es el nuevo azote de la naturaleza en tiempos donde la ecología y la economía se desploman a la par y sin poder que los detenga.

Por supuesto, han pasado muchos meses desde la última vez que escribí en este blog; mi vida ha dado cientos de vuelcos y se la vive en el peligro de la salud física y mental. Entonces recordé que fue en momentos de ocio cuando fue la crisis del AH1N1 que surgió este blog; si hay un tiempo perfecto para retomarlo, aunque solamente termine siendo una entrada para dentro de muchos meses, es justo en estos momentos.

Un pequeño update sobre mi vida: Dejar de fumar me llevó a otras adicciones y formas de ocio; dejé el cigarro por consecuencia de una bronconeumonía que me tuvo una semana en cama (febrero de 2019) y al impacto de la lucha que libró mi madre contra un molesto cáncer de glándula tiroides (mayo del mismo año). Ahora mismo mi madre se recupera de una segunda cirugía; nada grave afortunadamente, pero sí algo que considerar para evitar contagiarse de la nueva gripa.

Confieso que no he dejado de ir a la oficina por ratos (alguien incluso me dijo que le parecía que me habían comprado en el mercado negro); aún tomando todas las recomendaciones, usando gel antibacterial y cubrebocas, temo por mi salud. Las calles y el transporte público son escenas fantasmales, la gente va con tristeza de lado a lado porque no hay más opción que enfrentar ese mal que se presenta en forma de números y estadísticas. El doctor Hugo López-Gatell y el canciller Marcelo Ebrard se han convertido en una suerte de mensajeros de números fríos y recomendaciones tajantes. Cuando todo parece irse por un abismo de incertidumbre, ellos ponen la escena en cámara lenta.

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López-Gatell: el hombre del destino (Notimex)

No importa en qué momento estés leyendo esto, el número de personas enfermas de COVID-19 aumenta. En algunas partes ha bajado el ritmo de los contagios, pero en muchas otras la marabunta aún está por comenzar. En México al 27 de abril hemos llegado a 15,000 contagiados y estamos por llegar a los 1,500 muertos. En el mundo, la Universidad John Hopkins estimó 3 millones de contagiados y 210,000 muertos. Recuerden que todo esto debe llevar el subtítulo tenebroso "y contando".

Sin embargo, en México no nos hemos detenido del todo; la economía de los hogares y la necesidad de vivir al día nos obliga a seguir tomando riesgos y continuar trabajando. En el interior de muchos mexicanos vive un pequeño tirano llamado Salinas Pliego y otro llamado López Obrador. Es muy triste y desolador saber que en muchas partes hay escépticos y fanáticos de las conspiración que insisten que el COVID-19 es un mito genial, que insisten que no es para tanto y que lo que se dice no es tan grave como realmente es. Por supuesto, en un país como el nuestro donde hay que ver para creer cualquier cosa, es difícil convencer a quien le faltan conocimientos científicos y le sobra fe.

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Bellas Artes vacío (Reuters)

Sobrevivir haciendo home office en casa se ha convertido en un ejercicio de paciencia. Todo es lento, los ingresos del trabajo caen en cuentagotas y los gastos de operación son siempre complicados; siempre hay peligro de que todo se pierda y el retroceso del agujero negro económico nos lleve entre sus faldas. Son tiempos de invertir esfuerzos en tareas lentas que ameritan talachas prolongadas, que se van dejando de lado por las urgencias del día a día. Por un lado, hay que cuidar a mamá en momentos en los cuales la incomodidad de su cuerpo es un obstáculo; ella, la doctora de la casa, no nos puede cuidar en este momento. Por otro lado, hay que cuidar la vitalidad del trabajo porque el pesimismo de este capitalismo maltrecho no nos permite detenernos.

Afuera, la ciudad es un gran desierto, un campo minado de amenazas invisibles, una ciudad que hiberna para no desfallecer ante la pandemia. Entre repartidores de comida, farmacias en estado de alarma, automóviles flotando libres en avenidas acostumbradas a la inundación vehicular y el sol que abrasa el pavimento y el asfalto, los cubrebocas se han convertido en escafandras, el gel antibacterial en el lubricante de la salvación y el aislamiento en la paradójica elección de la vida en sociedad y el amor hacia los demás.

Los amaneceres y los crepúsculos se sobreponen a velocidades asombrosas, pero dentro de nuestra relatividad temporal todo es letárgico como un insomnio. Las tareas frente a la computadora se acumulan, las llamadas y los mensajes de Whatsapp se interponen en la cabeza como pilas de post-its y las videoconferencias y llamadas se convierten en reclamos de una rutina extraviada, de una realidad alterada.

Como aislados en nuestras colmenas de asfalto y ladrillo, los hombres de la hipercomunicación han comenzado a resentir la necesidad de la convivencia física, de los intercambios de alientos y gestualidades, de la comunicación como siempre debería ser. Las sanas distancias nos han otorgado el síntoma de nuestras distancias emocionales, de la carencia de manos estrechadas y de los abrazos guardados, de la dependencia que el corazón y el espíritu tienen hacia los cuerpos. Si el fin de la pandemia nos permite acercarnos más a las personas que queremos, este infierno se habrá convertido en epifanía.

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Irónicamente, son tiempos también para reencontrarse con uno y con los suyos, para retomar lo que la desidia congeló, para aprender cosas nuevas; la cuarentena física nos ha dado necesidad de meditar, necesidad de llorar. Estoy convencido de que la belleza habrá de salvarnos de esta catástrofe; afortunadamente, cuando todo esto termine habrán museos que nos esperan, lugares desconocidos qué visitar, libros y poesía que nos son indómitos en estos momentos, canciones que aún no se refugian entre nuestros sentimientos.

Por supuesto, el arte es ventana de alegrías y desahogo de frustraciones. Dichosos los que vivimos en las épocas del Netflix y de los contenidos por streaming de todo tipo. En tiempos en los que vivimos refugiados y esperamos renacer de las cenizas de nuestras malditas realidades, quizás necesitemos más de una canción de cuna para mantener nuestros sueños en balance. Entre las últimas grandes obsesiones de mi vida está el incansable Bob Dylan, con todo y su premio Nobel; otra cantante que me ha mantenido a flote ha sido la enorme Mercedes Sosa, la voz de un planeta Tierra que hoy está enfermo de olvido y de desesperanza.

Si tuviésemos que ayudar a alguien a pasar el tiempo de la cuarentena un poco mejor, lo ideal sería apelar a la inocencia y regalarle unas palabras de aliento, palabras que permitan a los sentimientos aflorar entre la tierra quemada en la que se ha convertido nuestra era. Yo voy a dejar aquí dos canciones implorando que la pandemia termine con la soberbia de nuestra especie y que nos haga sociedades más fuertes.