julio 16, 2015

Berrinches de Novelista Novato #47: De fines de semana vacíos, rutina y lugares comunes

Alfredo Castañeda (1938 - 2010)
"Un domingo en la tarde" (1979)
Óleo sobre tela, 40 x 40 cm
Morton, Casa de Subastas

He descubierto que hay lugares comunes que me llaman con masoquismo, como la búsqueda obsesiva de un síndrome de Estocolmo, de un amor mal correspondido conmigo mismo.

Jueves por la tarde, en el hígado hay inquietud y en la cabeza sed de fanático del futbol en delirium tremens. Mirar el raquítico espectáculo del TRI de Miguel Herrera y compañía es peor que engañarse a uno mismo fumando cigarro electrónico o bebiendo cerveza sin alcohol, un adefesio de simulacro. Mirarlo en un bar de oficinistas de poca monta sin más vida que el ronroneo de grises godinez agotados por el jueves-casi-viernes lo vuelve aún más ridículo y desolador.

No puedo culpar a la dilatación de mi semana, intensa y llena de retos inmóviles en apariencia. Hay una mala racha en el trabajo, hay una obsesión que domina y estropea mis citas al psicoanálisis, hay mil carencias y mil demonios gritando a la vez en las cuevas cacofónicas de mi cabeza. Pese a lo mucho que detesto los rompecabezas, los sudoku y los cubos de Rubik, hoy me siento concebido dentro de uno de esos juegos, tratando de encajar piezas, encontrar patrones, romper murallas y deconstruirme en lo que quiero llegar a ser.

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Es Friday Night en el Péndulo de Polanco a una cuadra del Parque Lincoln. Tengo demasiada pereza para irme a casa, por lo que he decidido rascar las estanterías de esa vigorosa casona vuelta librería. Aquello fue la crónica de un embarazo ectópico, ningún libro me llamó la atención; pensé demasiado en mi falta de lectura y en la torre de gruesos títulos esperando contarme su historia en el buró derecho de mi habitación. La cabeza comenzaba a darme vueltas invocando hambre, hago una pausa y pido de cenar.

Ordeno un gyro de arrachera; quizás debí haberle dado oportunidad al vegetariano con jocoque. Nada del otro mundo, pero en ese momento me pude haber comido cualquier piltrafa. El sabor fue bastante seco e insípido, mi cabeza había quedado licuada de tan agotada y el vigor de mi cuerpo apenas tenía ganas de caminar. Era el agotamiento jugando cartas con mis constantes depresiones; nuevamente el primero perdió.

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Saturday morning de subasta, por fin mejoró la venta; el martilleo me impuso retos, hubo buenas pujas qué reportar a casa. La relación posterior flojera es igual a distancia sobre tiempo me llevó a no ver a papá para comer asado; me planté en la terraza de una plaza comercial semi-desierta para comer un gran bol de ensalada. Pensé que mi querencia siempre era huir de la gente cuando el ocio y el cansancio se fusionan; poco después fui a casa y me dormí. Desperté enterándome que el Chapo lo había hecho de nuevo; sin comentarios.

El domingo se resbaló entre mis ojos viendo Downton Abbey, acompañando a mi hermana a un trámite de telefonía y con un final soporífero de ratones verdes. Cansancio sobre cansancio multiplicado al cuadrado; el cero-cero fue un mediocre empate, un robo a la cartera del paisano nostálgico. Ni siquiera el subconsciente me dio chance de soñar con Michelle Dockery. El fin de semana quedó vacío como mis últimos fines de semana; como conclusión decidí declararme como soñador en rehabilitación de realidad.

Lunes de nine thirty 'til seven en la oficina; fue un día fructífero y relativamente tranquilo. En Facebook suena un río queriendo juntar en su delta una reunión de los chavos de la prepa. No precisamente el golpe de timón que quería para mi rutina. El martes mi psicoanalista me retó a dejar de procrastinar y a volver a escribir; mi mutante pronóstico pinta mucho más alentador.

Y para dejar de lado estos cinco días, este miércoles fue tarde de escuchar boleros...

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