septiembre 13, 2015

Berrinches de Novelista Novato #48: Notas de viaje desde hoteles de paso

Pensé en un guiño a Wong Kar-Wai...

La soledad de una habitación de hotel, tras las sábanas limpias y el aroma a desinfectante barato, es la más desalentadora de todas las soledades, pero hay algo detrás de las consolas sin cajones, los armarios sin puertas y el calor extraviado de la hora anterior que hace de un hotel de paso el semillero más profundo de la literatura del desencanto. Soledad sobre soledad, misantropía disfrazada de pasajera calentura genital, gemidos penetrando paredes y motores de jacuzzis cimbrando los techos; no hay nada de torres ni villas de marfil, todo es tablaroca y alfombras sucias.

No pretendo ser el dueño de la verdad sobre el inframundo de las grandes frases antisociales, de aquellas que nublan los corazones de los jóvenes sin madurez ni sentido para sus vidas. En mi vida hay tanto de evanescente e incierto que aún en la euforia de mis alegrías no puedo dejar de pensar en aquellas cositas que me inquietan y no me dejan dar pasos hacia una vida nueva, hacia el nuevo y deseado comienzo sin final feliz en el horizonte. Una nueva gama de retos yace abierta en mis sueños esperando que tome una carta y me juegue el destino para cambiar las constelaciones de mi paso por la tierra.

La soledad no crea mundos por sí sola, llama a gritos a la vida y a los hombres cuando pierde el aliento y se desvanece rendida, incapaz de seguir ocultando su amor y su alegría. No hay solitario sin los demás, no somos cada quien el último humano sobre la tierra; ningún escritor desamparado contaría sus historias si éstas no pudieran volar hacia los corazones de los demás. No hay diarios que duren mucho tiempo ocultos en los áticos, dentro de las cajas de recuerdos, víctimas del polvo y el óxido; de una u otra manera las emociones surgen del ostracismo del tiempo y la inocencia perdida.

Dicen que el amor espera pese al pesimismo de las distancias. No sé si eso lo dije yo o un cantante, pero con esa bandera podría conquistar el universo, convertirme en el que siempre he querido ser. Por alguna maldita razón, la esperanza tarde mucho en fallecer dentro de mi corazón. Sé que me equivoco en muchos puntos, quizás no se trata de esperar pasivamente sino de buscar activamente; la sed termina por hacer que el hombre se mueva buscando saciarse o morir en el intento.

El día que deje de esperar la última mesa del restaurante, que me molesten la paz del horizonte y el sonido pacífico del mar, habré vuelto a la crueldad de la realidad. Escribo esto mientras espero, sentado al borde una silla frente al espejo de una habitación, una llamada del vacío, la compañía de una Soledad.

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