noviembre 23, 2015

Sobre la violencia, Francia, el ISIS y la infamia de nuestra raza humana

Más que rezar por París, debemos rezar por nosotros...

Lo que pasó en Francia hace una semana no tiene nombre; las infamias como las ocurridas en la Ciudad Luz están más allá de nuestro entendimiento. Por instinto tememos al dolor y huimos de la muerte en pos del placer y de la vida; el sufrimiento infringido por otros hombres, el arrebato de una vida es una afrenta contra nuestra naturaleza.

Debemos indignarnos por París, pero también por Beirut, por Bagdad y por el avión ruso en Egipto. El sentimiento en común, más allá de los credos y las banderas, es el de la indignación y el repudio al terrorismo y a la violencia. "El ojo por ojo nos dejará ciegos". La frase de Gandhi resuena con todos sus ecos en el contexto que hoy vivimos.


Es paradójico que Francia, bajo el bando de François Hollande, tenga que recurrir a las armas para combatir al Estado Islámico, que ante la impotencia del ataque recibido responda enviando ataques viscerales a Siria. En todas las guerras se destruyen poblaciones, los civiles inocentes se toman por descontadas cuando la violencia es cegada por la política.

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Muchos olvidaron a Beirut. También aquí se sufrió...

Aunque parezca difícil de concebir, el ISIS no busca desestabilizar Occidente, un ente de pertenencia demasiado grande y poderoso, lo que busca es infundir el terror, hacer presencia en las entrañas de Europa a sangre y fuego. La cultura occidental sufre una crisis de valores aún más peligrosa que el Estado Islámico; la economía yace en un impasse desde hace más de un lustro. Han renacido los resentimientos de odio hacia lo diferente, hacia la diáspora de refugiados, hacia pilares del Islam que topan con pared en el mundo europeo; entre los jóvenes musulmanes surgen tumores de odio alimentados por la propaganda del extremismo.

En Siria, país convertido en un campo de minas políticas e ideológicas, se destruyen monumentos milenarios, se cortan cabezas por doquier y se desplazan poblaciones enteras. El botín yace al alcance de Estados Unidos, Rusia, China, Francia y compañía; nadie habla de la bomba de tiempo que se vive en ese pedazo de tierra maldita, de ese infierno sin límites. Ante el terrorismo, la política internacional queda rebasada, sin argumentos, destripada en incertidumbre.

Hace falta valor para enfrentar la barbarie en todos sus frentes; el eurocentrismo político se opone a la apertura hacia los valores sociales islámicos, radicalizados al extremo por las utopías de un nuevo califato mundial promovidas por el ISIS. La apertura social en países donde resurgen las ultraderechas luce muy difícil; en donde debiera hablarse sobre tolerancia sólo se sienten vientos de purga.

Absortos por el pánico, los franceses han cerrados fronteras, han limitado sus libertades individuales. El Estado vigilante tomará el escenario en llamas para tocar su arpa. El insomnio de George Orwell nos alcanza; la libertad, la igualdad y la fraternidad cotizarán ahora entre cámaras de vigilancia.

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Nuestro legado también importa. El ISIS destruyó la milenaria Palmira...

La bohemia parisina, el futbol y el rock n' roll te pueden hacer desaparecer. Morir en un bombazo suicida, ser degollado por defender el patrimonio cultural del desierto; las alternativas son terribles en este nuevo estilo de terrorismo. Rezar es una afrenta, tomar un crucifijo, usar el hijab, leer cualquier libro, todo es una sublevación. Llorar a los inocentes es tomar partido contra los culpables; pedir justicia por los olvidados es una ataque a la decencia y a los cánones de lo correcto.

Lo que ocurrió en París no tiene nombre, y tampoco lo que hiere a la humanidad en todas sus ciudades, en todos sus rincones. Sin embargo, puede y debe enseñarnos a ponerle nombre a todas las injusticias que hemos callado por miedo a la injusticia y al hartazgo. México a aprendido a contar sus desaparecidos y sus historias, pero aún no vence al olvido y a la impunidad. Debemos recordar, asumir el dolor, llorar y, una vez dadas todas las lágrimas y el coraje, pedir castigo a los culpables de habernos destruido un poco como humanidad.

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