mayo 31, 2018

Sobre equivocaciones y cambios repentinos de ruta


Nada me hace enojar más que las insinuaciones de mi madre respecto a mis elecciones de vida. Ya he contado alguna vez en esta bitácora que se opuso de forma tajante a mi elección de carrera; hoy me dijo que sus amigas de la universidad siguen sin creer que no elegí la carrera de medicina y me dijo de alguna manera que mi talento estaba desperdiciado por no ser "el doctor Moreno" o "el abogado Moreno".

Todo esto surgió a que hace unos días me hicieron una oferta de trabajo que he considerado seriamente y que me obligó a pensar si he estado en el lugar correcto durante estos meses. Alguien a quien quiero mucho de Morton me dijo que me percibía estable pero no demasiado contento; detesto admitir que no he visto mis expectativas realizadas y que me he estancado rápidamente en la oficina, pero siempre dije que este "error" tenía que cometerlo porque no quería quedarme con la duda y podía ser el mejor acierto.

Equivocarse es un estigma de mi generación; es un error de perspectiva, ya que equivocarse debería ser un derecho asignado en las leyes terrenas, escrito en letra sangre o con cinceles de hierro en la memoria de la humanidad. Todos sin excepción hemos tenido pánico a los grandes errores de nuestras respectivas existencias y olvidamos que las grandes hazañas e hitos de nuestra especie están cimentados en desaciertos monumentales.

Pienso que se equivocan los que dicen que "para atrás ni para tomar impulso"; a veces es necesario juntar las piezas de un alma rota - un proyecto, una relación, un experimento fallido - para reconstruirse a uno mismo y a su entorno. Admitir que alguien ha logrado lo que posee sin haber mordido el polvo o haberse inclinado ante tormentas sería un acto de hipocresía.

He dejado que el cursor de la pantalla siga parpadeando, pero no hay más que escribir por el momento. Quizás haga falta el movimiento del volante y el chirrido de los frenos como sonidos ambientales para este escrito.

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