diciembre 27, 2014

Yo Confieso #16: Sobre la Navidad, la enfermedad, la familia y la trascendencia

William Blake (1757 - 1827)
"Satanás esparce la sarna sobre Job"
Acuarela sobre papel, de la serie "Ilustraciones para el Libre de Job"

Sus mercedes disculpen las largas ausencias, los textos pequeños sin contenido y las llamadas desesperadas disfrazadas de bloqueos mentales. Comienzo a escribir este texto desde el quinto piso de un hospital; mi abuela materna está enferma, pero gracias a Dios ha mejorado mucho y es cuestión de días para que salga*. El sábado pasado salí de vacaciones; pese a que he tenido un gran fin de año en el trabajo, mi estado de ánimo sigue alicaído.

Es duro visitar un hospital, ver yacer a los enfermos con sus cánulas y sus bolsas de sueros; los rictus de dolor y hastío, la ansiedad de la espera y de la debilidad. Sin embargo, el hecho de que estas personas coman y caminen mientras sus familiares platican con ellos me conforta, me oxigena el optimismo. Mi abuela la ha pasado mal todo este tiempo, apenas y tiene voluntad para hablar; me siento incapaz de abordar detalles, pero todo lo peor ya ha pasado. En la cama de junto, una señora sufre de cirrosis; los familiares no dejan de rezar a su lado para que algo le permita seguir viviendo.

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Hace poco, leí "La Invención de la Soledad" de Paul Auster, un ensayo en cuya primera parte (Retrato de un Hombre Invisible) el autor habla de la relación que existía entre él y su padre recién fallecido. A lo largo del relato, Auster descubre un momento oscuro en la historia de su familia, el asesinato de su abuelo a manos de su abuela, el cual terminaría influyendo en el carácter distante y solitario del padre. La segunda parte (El Libro de la Memoria) aborda otros temas, principalmente la literatura, la labor de escritor y la paternidad; recordé Moby Dick, la historia de Pinocho y el libro de Job. Lo que tienen estos libros en común es la entrega de los personajes a la redención, a continuar con sus vidas pese a la adversidad.

Algún día, asimilar las pérdidas será un proceso en mi vida. El último lunes de oficina una de mis compañeras me planteó la pregunta si sería más difícil un duelo repentino o un duelo postergado. No es fácil afrontar enfermedades y ver al ser amado debilitarse por ellas, pero tampoco debe ser fácil enterarse de la muerte de alguien que pocos días antes tenía salud, planes a futuro, una vida intensa a la cual entregarse. Por supuesto que no di una respuesta concisa; tuve que guardármela para la vida, para responderla en el futuro.

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Cada vez que pienso en la pérdida como una emoción, la encuentro como lejana y ajena. Tratar de concebirla me obliga de inmediato a alejarla de mí como algo desconocido; como un bicho raro, como una palabra cuyo significado no comprendo. Es un hecho que nadie está preparado para despedirse de la gente que quiere; mi padre me insinuó que en algún momento tendré que afrontarlo, dada la edad de mi abuela y su historial clínico. La madurez de uno mismo y de la gente a su alrededor obliga a todo ser humano a contemplar la pérdida en la agenda; morir no sabe de planes ni de calendarios.

En estas últimas horas he aprendido que la enfermedad de algún ser querido y cercano te obliga a replantear la vida; yo me he dado cuenta que los momentos en compañía de la familia son los tiempos más sagrados de Dios, que el corazón será siempre más fuerte que cualquier palabra, que expresa más un abrazo que un aliento. Cuando vi por primera vez a mi abuela, postrada en la cama de convalecencia, mis palabras se me fueron; es difícil no llorar, es aún más duro ser fuerte. Busqué en los Salmos del Antiguo Testamento palabras para rezar; el Salmo 30 fue el que más nos ayudó; había sido ella quien me enseñó a rezar.

Algún día tendrá que llegar lo inevitable. Algún día tendré que valorar lo importantes que han sido las personas que he conocido en mi vida: Familia, amigos, compañeros, conocidos, gente a la que pude tratar por escasas horas; nadie tiene comprada la eternidad, pero al menos podrán tener un resquicio de la memoria de los demás, un grano de arena en medio de una playa. Lo mismo pasará conmigo; mientras haya quien opine que fui un buen tipo, podré partir tranquilo.

* Actualización (Diciembre 31 de 2014): Después de varias semanas en el hospital, mi abuelita está en casa sana y salva junto con su familia. Un día antes, estaba pidiendo a gritos salir, pero los estudios clínicos no le daban el alta total. Ahora es cuestión de cuidar bien de ella para que se mantenga bien por mucho tiempo más.

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