abril 15, 2017

Yo Confieso #23: De la crisis de los Roarin' Late Twenties

Thomas Cole (1801 - 1848)
Madurez, de la serie El Viaje de la Vida (1842)
Óleo sobre tela. 132 x 198 cm.
Galería Nacional de Arte, Washington DC

Cuando tus vacaciones de Semana Mayor se dedican a las artes morfeicas y a saciar el hambre y la sed sin ninguna clase de control, es necesario hacer un conteo de calorías y prioridades; además, siempre saco a colación los sueños que se han quedado enclaustrados en cajas sin fondo marca Pandora y las prioridades jamás realizadas que se han traspapelado con los apuros del trabajo y la frivolidad colectiva de la rutina. Estoy en la etapa de la vida en la que se considera deseable trabajar como perro y celebrar la juventud hacia todos los vientos (Work hard. Play hard. You only live once); sin embargo, a mi edad y con mis particulares circunstancias hay una dura sensación de que se me termina el tiempo, que no me queda energía y que necesito un acelerón de vida.

Expongo mi caso una vez más: tengo 28 años de edad y sigo siendo el hijo mayor de una familia disfuncional pero con el gran paradigma de ser compacta. Llevo tres años y medio trabajando en la misma empresa haciendo un trabajo que me apasiona pero por el que he dejado de hacer muchas otras cosas. Desde enero de 2015 asisto a terapia psicoanalítica y en estos últimos meses han surgido más fantasmas que en los anteriores. Insisto que lo último no es queja pero necesito más energía y pasión para caminar una ruta paralela que me lleve a mediano plazo hacia otro sitio, hacia otras situaciones; en pocas palabras, quiero retomar muchas cosas que he descuidado sin descuidar mis deberes laborales. Hay días en los que llego a casa con un cansancio asombroso que me tira en la cama con la ropa puesta; cuando no estoy dormido, salgo a cenar, compro muchos libros, los leo tomando café entre andenes de Metro y cafetines concurridos.

Tomar pluma y papel suena como reinventar la rueda o redescubrir el fuego; no tengo disciplina, no tengo un método, siento la sangre pesada a la hora de querer redactar algo con aires de ser bien escrito, pero no he renunciado a la idea de ser escritor, de acumular cartas de rechazo editoriales, de apuntar hacia todos los premios editoriales posibles buscando el despiste de algún jurado o alimentar trituradoras de papel. En estos meses suenan tan lejanos aquellos días en los que redactar cualquier sandez en este blog era una pequeña celebración. Cada libro que leo es una llamada, cada poema sublime es un suspiro; me he reconciliado con los aprendizajes de la vida diaria, los golpes de la vida aún no han dejado de ennoblecerme.

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Llamémosla la crisis de los Roarin' Late Twenties™, definida como el momento de la vida en la cual el paciente se encuentra bajo el umbral de los años 30, tiempo en el cual es necesario tener los cimientos de una vida adulta en su lugar, donde se busca consolidar éxitos profesionales, vida conyugal, una nueva familia y una independencia plena. En mi generación hay una tendencia muy marcada hacia modelos divergentes de realización definidos por distendidos viajes de iniciación, estudios de maestría en tiempo completo, kilómetros recorridos en bares, puntos de popularidad en redes sociales y otras faramallas de la vida moderna. Cuando los caminos y las soluciones de la ecuación son tantas, me cuesta mucho trabajo enmarcar mi experiencia en una sola, pero vivo con un ritmo y una intensidad endemoniados, absorbiendo nuevos conocimientos cada día, reconociendo muchas más formas de ver el mundo y caminando hacia horizontes que parecían inverosímiles.

Las situaciones actuales me parecen triviales y aburridas: voy a un centro comercial y observo los escaparates de la moda joven; nada me hace sentido, los colores y los cortes no me gustan, las tendencias me resultan abyectas, supongo que fui criado a la antigua. Hoy he comprado tres camisas de vestir como buen hombre maduro; esta vez no compré una camisa blanca, mi vestimenta fetiche en estos tiempos. Hace mucho tiempo comencé a apechugar la calvicie y mi apariencia madura, aparentar más años de edad que los que en verdad se tienen, hacerme pasar por un hombre de 35 años para arriba. Nunca he sentido la sensación placentera de que me digan que parezco más joven de lo que soy; se dice que mi alma es vieja, que mis genes no me ayudan, que soy una persona demasiado seria. Bebo cerveza oscura, whisky, vino y Jack Daniels con Coca-Cola; sobre la última varios gringos me dijeron que era bebida de gente grande.

Soy un niño que camina con los cacharros de un hombre, pero me he perdido de muchas de las experiencias de vida que la gente de mi generación ha tenido al por mayor. Mi aparente madurez sigue incompleta y no conozco el camino que hay que tomar para recuperar el tiempo perdido. Nunca he vivido al mismo ritmo las cosas que a muchos se les facilitaron mucho antes: aprendí a hablar a los 3 años, no me fui solo al escuela hasta que entré a la preparatoria, no tuve mi primer trabajo formal hasta los 24 y mi primera experiencia sexual fue poco después. He trabajado mi timidez en el diván y me he hecho el propósito de no huir de la vida nocturna y las reuniones sociales, si algo me gusta en este mundo es el amor en todas sus formas, hasta hace poco me di cuenta de lo mucho que lo disfruto; en resumen, debo buscar un tempo para mi vida que esté acorde con mis deseos y mis sueños.

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Al final de cuentas, lo más importante será estar contento y tener seguridad de cada camino que tome de aquí hasta el resto de mis días. Decirlo, como todo, es más fácil que hacerlo. Viviré con dignidad mi Crisis del 29, espero que sea una lucha dura que me deje nuevas enseñanzas y perspectivas, donde batallaré como nunca para tratar de salir; quiero que me tome escribiendo una historia que valga la pena ser contada o adquiriendo una nueva habilidad como baile de salón o tejido con gancho. Llegar al tercer piso de la vida deberá darme un New Deal, una nueva forma de sentir y de vivir que me obligue a organizar nuevas prioridades, que me haga salir de la bendita zona de confort hacia peligros más emocionantes. Las batallas de mi espíritu se llevan librando desde tiempos inmemorables; he tenido campañas ganadoras y derrotas catastróficas, pero en algún momento debo ganar mi propia guerra y firmar la tregua que me permita ser feliz.

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