Mi nuevo cuaderno de notas. (Fotografía del autor) |
Antes de todo, hubo blanco en la nada absoluta, una forma sin límites ni bordes de proporciones infinitas, una nube de luz y polvo donde todo fue un comienzo y una explosión. Entonces hubo mil colores, mil formas y mil planetas; se hizo una célula y se hizo vida y la vida fue primate, hombre y razón; creó, soñó y se expresó, cambiando el pequeño punto azul en el que creció. Y fueron la ciencia, la tecnología, el arte y la cultura, aquellas pequeñas cosas que nos hacen los animales excepcionales, carismáticos y desagradables a la vez, que cada día se reinventan y se lanzan al vacío de la existencia que alimentan con su búsqueda de trascendencia.
Despierto, el techo de mi habitación me advierte con su blancura sucia de alquitrán que tras las ventanas me llama una luz cósmica al calor de la vida, el lucero de una estrella blanca que nos permite respirar y sentir con su insuflo divino. Me dan ganas de caminar, a paso rítmico y seguro, por el mundo conocido, la obra de Dios y la del hombre en choque frontal sobreviviendo uno al otro con su poder transformador y frenético. Hay pájaros en los alambres, los árboles protegen sus reducidos feudos entre el asfalto, el cielo azulado se viste de tornasoles entre gigantes de concreto y se deja sentir con pesada voluntad la prisa del tiempo que alborota todo sin motivo. Después de un rato, encuentro por fin las ganas de dormir, la mente en blanco se me llena de subconsciente y se permite las ganas de recuperar la energía de su movimiento; el sueño es creación infinita, referentes que se manifiestan sobre un escenario llano sin cortinas donde la física no se entromete ni la materialidad puede corromperse.
Todo es imaginable con sólo ponerlo en la línea de un pensamiento, por eso los lienzos y las hojas en blanco, los mármoles vírgenes y los espacios vacíos llaman a los creadores con una fuerza que sólo ellos pueden descifrar y transmitir. El temor a crear debería desahogarse frente a las hojas blancas, frente a las manos desnudas y a la mente abierta, con sólo observarlas e imaginar que piden a gritos la tinta de una historia, unos trazos o unos versos; el artista es potencia de la estética, a él corresponde reordenar el orden y el caos con su utopía, dar significado a su mundo y encarnarse en la Historia como una luz que deslumbre el paisaje conocido con otra perspectiva más allá de la complejidad inexorable de la realidad.
El llamado de quienes ven el mundo como una obra de arte es a cambiar el mundo y cambiar uno mismo sobre la posibilidad infinita de un cuaderno en blanco; la esperanza y la vida de todos los hombres, sin importar sus vicios y sus virtudes, dependen mucho de que ello se realice.
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