Boston: Añejos traumas nuevamente descubiertos. (MWDN / Ken McGagh / REUTERS) |
El mundo se ha vuelto loco, o al menos es lo que parece. Mientras en unos lados ocurren ataques terroristas, en otros las tensiones sociales han llegado hasta lo insoportable; mientras unos se amenazan con el Armageddon nuclear a la vieja usanza de la Guerra Fría, otros siguen resistiendo los ataques de su gobierno represor. La situación del mundo pareciera salirse del control de los analistas, historiadores y pensadores; sólo podemos esperar a que estos tiempos encuentren una meseta donde reposarse.
En Boston, lo que era una fiesta del deporte se convirtió en un atentado catastrófico contra el pueblo norteamericano; las viejas heridas del 9/11 que tanto tardaron en cauterizar volvieron a desangrarse con dos aparatos explosivos en el tramo de meta del Maratón de la ciudad. ¿Por qué el pueblo tiene que pagar con su sangre las agresiones de los enemigos del gobierno estadounidense? No debe quedar duda, los enemigos del Estado norteamericano han encontrado en el terrorismo el método más llamativo para manifestarse, y mientras el patriotismo militar de Estados Unidos no pierda esa capacidad para renovarse e hinchar su pecho ante la adversidad, el círculo vicioso no terminará.
En Corea, la semana pasada estuvo llena de indirectas entre los Estados del Norte y el Sur; el gobierno socialista del Norte ha amenazado a sus enemigos sureños y a los Estados Unidos con desatar una nueva guerra nuclear. El hecho de que uno de los focos del "nuevo Eje del Mal" (Pyongyang - Teherán - Damasco) se haya encendido por su obstinación hacia la experimentación y tecnología armamentista no ha pasado desapercibida, aunque se ignora si se trata de algo real o si sólo es un amague ante las amenazas diplomáticas de la ONU. Mientras la dinastía Kim, el juche y el aislamiento sometan a la parte norte de Corea, esa región del mundo no encontrará una concordia total.
Y mientras Barack Obama y compañía tratan de sacar las papas al fuego en todos sus frentes, en Venezuela encontramos una de las crisis políticas y sociales más relevantes de la última década; después de una apretada elección, el "hijo" de Hugo Chávez, Nicolás Maduro, venció al opositor Henríque Capriles en las elecciones extraordinarias del país bolivariano. Después de varias acusaciones, cacerolazos y amenazas, las capitales de este país se han vuelto campos minados donde las polarizaciones están más a flor de piel que nunca; Capriles exige conteo voto por voto y Maduro ya se declaró ganador, el caldo está muy gordo y la olla está a muy poco hervor de explotar.
El mundo está a dos pasos del psiquiátrico, se destruye y se agrede como castillos de arena al alcance del mar, pero la vida debe seguir; mientras tanto, la calma se ve lejana.
O como dijo Jeff Buckley hace quince años, el cielo es un basurero.
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