Tengo que aprender a correr... (Crédito: CloNEz's BloG) |
Hace poco tiempo estuve caminando por la ciudad, buscaba un lugar desconocido, quería encontrarme a mí mismo tirado en alguna banqueta, totalmente destruido por la decadencia de mis pensamientos. Dejé que las calles me inundaran con su silencio, con el tono grisáceo del cielo queriendo llover sobre pavimentos y automóviles. Mis audífonos sellaban mis tímpanos con The Walkmen mientras mis pasos repasaban los accidentes del concreto en un infantil juego de no pisar las rayas. Frente a mí había una enorme iglesia de moderna arquitectura cuyo pórtico se levanta en lo alto de unas escaleras pétreas. Mientras tanto, el cielo comenzaba a humedecer mi frente desnuda, mis ojos secos y mis zapatos marrones. El viento era un suspiro de gigante que había mermado mis cabellos y comenzaba a levantar polvaredas y basura.
No pude buscar el refugio pesado del templo, las escaleras se agrandaban y las puertas se interponían entre mi confusión y la lejana oscuridad de los sacramentos y las liturgias que resguardaban; tuve que seguir mi jornada junto a la oscuridad amenazante y a mis pies deshechos, escogiendo al azar las vueltas, deteniéndome frente a las estampidas metálicas de automóviles y colectivos. Los demás, las personas que pasaban hablando por teléfono, saliendo de sus casas o paseando a sus perros, eran fantasmas sin voz ni historia tentando a mi subconsciente, queriendo verme correr en medio de un ataque de pánico sin sentido ni razón; en mi cabeza se albergaba una Erinia, comenzó a dolerme la cabeza por culpa del sinsentido que me llevaba a seguir caminando sin decir palabra ni hacer más acción que simplemente perder los granos de arena en mi corazón.
La cándida verdura de los arbustos y los árboles se extraviaba entre mis pesados párpados y mis brazos caídos; en mi estómago se asomaba una sensación de extrañeza parecida al hambre carcomiéndome las entrañas como un polluelo destrozando el cascarón de un huevo, mi corazón quería dejar de latir al darse cuenta que se había encontrado nuevamente con las escaleras de aquella iglesia. En mi cabeza había un cansancio de seguir buscándome, arrojado sobre la entropía de la ciudad, esperando convertirme en pavimento y morir eternamente bajo luces de alumbrado y gentes pasando; quería encontrarme con otro Yo, dejar de caminar en círculos por los mismos caminos grises y fúnebres sin saber el final, sin conocer el alivio a un hastío que se alberga sobre mi cabeza herida e inocente.
Tuve la necesidad de trazar un mapa sobre mi cabeza, tatuarme la vida nuevamente con el dictado de mis sueños y aprender a correr desesperado en búsqueda de un poquito de libertad.
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