IN MEMORIAM: Soraya Jiménez (1977 - 2013)
El año 2000 fue bastante raro para mi vida, había pasado a la secundaria y estaba en el natural proceso de crecimiento, por lo que mis hormonas me jugaban cualquier cantidad de malas pasadas; en esos días era un puberto sin forma, no me gustaba nada de forma apasionada, mi soledad era patética y mis calificaciones eran demasiado buenas para un chico normal, aunque no las mejores de la clase, por lo que mis padres siempre se la pasaban exigiéndome más.
Había entrado al escuela en agosto, y en el siguiente mes comenzó un evento que en cierta forma ayudó a llevar de mejor manera aquellos días tan extraños: los Juegos Olímpicos de Sydney 2000; había mucha expectativa sobre las medallas que la delegación mexicana pudiera obtener en esa justa, sobre todo después de saber lo bueno que era Fernando Platas en el trampolín de 3 metros, razón por la cual fue él quien portó la bandera nacional en la inauguración.
La inauguración había sido el 15 de septiembre, fecha demás significativa para los mexicanos; tres días después, desperté como era costumbre para la escuela, la verdad no recuerdo las circunstancias de aquella vieja rutina, sólo recuerdo lo primero que escuché cuando llegué. Poco tiempo después de que llegué al escuela, justo antes de las 7 de la mañana, el buen V.M.B.G. (además de mi ex-compañero en la secu, es mi vecino al día de hoy) anunció a todo mundo la noticia de que México había ganado su primer medalla de oro; los maestros y los pocos entendidos en deporte entre mis compañeros estaban sorprendidos, no se esperaba que México fuera a ganar medallas hasta el día de la marcha.
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Pasaron las horas de la manera más normal posible, clases de Español, Matemáticas, Ciencias... la verdad no recuerdo cuántas materias llevábamos, los programas de secundaria han cambiado mucho en una década, pero podría asegurar que nada demasiado relevante ocurrió más allá del recreo o de la salida. Cuando regresé al departamento donde vivía en aquellos días, me topé con las imágenes que conmovieron a todo el país en el noticiero de la tarde; la voz del gran Pepe Segarra narrando el momento en el que Soraya Jiménez, una joven de 23 años de Naucalpan, levantaba 127.5 kilogramos en su tercer intento de clean & jerk, cubriéndose de gloria y dejándole la plata a la favorita, la norcoreana Ri Song-Hui.
Mentiría si les digo que me emocionó, pero sabía que había sido algo muy importante; ése fue el inicio de una buena participación para los mexicanos en Australia, manchado quizás por el robo de dos días después en la marcha de 20 kilómetros, donde México tenía el 1-3, pero por la descalificación cuestionable de Bernardo Segura, se quedó en una plata para Noé Hernández (1978 - 2013, QEPD). Cosas de humor negro que el destino nos otorga: hoy ambos medallistas descansan en la inmortalidad. Soraya fue en ese momento la primera mexicana en ganar una medalla de oro en la historia del olimpismo moderno y el inicio de una cadena de grandes mujeres deportistas que provocaron una revolución social: Ana Guevara, Paola Espinosa, Belén Guerrero, Iridia Salazar, Tatiana Ortíz y muchas más; afortunadamente no fue la única mujer dorada, ocho años después, María del Rosario Espinosa lo logró cuando nadie en el país lo esperaba.
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Platas también ganó plata en su especialidad, compitió por ella hasta el final con el ruso Dmitri Sautin; el medallero se completó con los bronces de Joel Sánchez en la caminata de 50 kilómetros, Cristian Bejarano en boxeo peso pluma y Víctor Estrada en tae kwon do varonil de más de 80 kilogramos. A trece años de aquellos JJ. OO. recordamos más la infame confesión del dopaje de Marion Jones que las hazañas de los ídolos locales Cathy Freeman o Ian Thorpe (el asunto del doping podría ser otro tema para otra entrada); dos de los seis medallistas mexicanos han muerto de forma trágica, pero no podemos olvidar su legado y su hazaña.
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