Eduardo Abela (1892 - 1965) "El Triunfo de la Rumba" (ca. 1928) Óleo sobre tela, 65 x 54 cm Museo Nacional de Bellas Artes, La Habana |
Al venir a esta isla me doy cuenta de lo mucho que me gusta el baile, al grado de que llego a envidiar profundamente a las personas que danzan con estética y fluidez. El imaginario musical que se puede encontrar aquí es tan basto como los colores de verde que habitan las selvas y los bosques; además, como si aquello no fuera poco, la fisonomía de los cubanos ayuda sobremanera: cuerpos alargados, las caderas, los rostros angulosos, los ojos centelleantes, la sangre caliente.
Podrían pensarlo así, pero me refiero solamente a lo que vi hace unos días en el Tropicana, un epítome del fastuoso ritmo tropical de Cuba, quizás demasiado domesticado para paladares ultrasexualizados de la clase turística (claveles blancos de regalo para las damas, habanos entubados en acrílico para los varones, estudiosos de Sigmund Freud argumentad); también me refiero al ritmo en el que se la gente de estos lares se mueve por todas partes, la música que llevan por dentro marcando el compás de sus vidas. Decía Severo Sarduy que la música era lo más representativo y sincrético de la cultura cubana, al haber estado ahí le doy la razón.
Si alguien me garantizara, con garantía de satisfacción, que me enseñará los secretos del baile de salón, le daría la oportunidad y mi atención sin rechistar. No es que no sepa algunos movimientos básico para sobrevivir las fiestas familiares, lo que pasa que mi repertorio es limitado y muy acartonado; si sé guiar a la mujer en una cumbia o en una salsa es porque aprender esos pasos me significó la invención de la rueda. En pocas palabras, me aburre mi forma de bailar, aunque mi falta de coordinación podría ser peor de lo que es; lograr que el baile de salón me divierta es una de mis tantas asignaturas pendientes en mi vida carente de sobresaltos.
Hace rato estaba viendo a un canadiense muy espigado y con cara de bobo bailando con una chica cubana de caderas anchas, ojos como avellanas vibrantes y corta estatura que se hizo amiga de mi hermana; él no era nada guapo, ella destacaba por ser demasiado encantadora, pero en la pista ambos se veían acoplados y con garbo como si el hielo seco y las luces de neón no importaran, como si bailaran juntos todos los días.
Me hubiera encantado ser ese mequetrefe.
Varadero, Cuba. Julio 28 de 2013
Si el Tropicana saliera de Cuba, varios shows en Las Vegas se quedarían sin chamba. Inicio del espectáculo "Tambores" (Fotografía del Autor) |
a mí me gusta lo que genera el baile después de bailado.. je! pero igual, mi talento aún no está muy desarrollado.
ResponderEliminarHabrá que hacer algo para mejorarlo. Como sea lo estamos disfrutando...
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