Tuve una historia, la sopesé entre mis manos como un poco de arcilla fresca, la moldeé y dejé que las líneas y los bordes de mis palmas y mis dedos se marcaran poco a poco, una y otra vez, hasta que formaron cartografías, caminos vírgenes, montañas y mesetas. Sobre ellas dejé transitar a mi familia, a mis padres, a mi hermana, a mis abuelos, a mis tíos, a mis primos; poco después, después de mucha insistencia, refugié también el cariño de amigos que le dieron su consistencia con sus sueños y su luz.
Después de mucho tiempo, sentí la necesidad de que esta historia saliera de mis manos sin rumbo fijo, que se internara dentro de castillos en la arena, que conociera nuevos países, que se topara con gente interesante, que aprendiera a reconocer entre el mal y el bien. Quise que tomara la forma de una esfera para que rodara por el mundo de los seres sin calma, para que recogiera polvo y escombro, flores y cantos; sin embargo, me vi en la necesidad de retirarlo después de pocos kilómetros recorridos, las cuadraturas del terreno me la achataban, no me la dejaban andar.
Asumiendo mi primer derrota, le di la forma de un engrane y la puse a andar junto a una gran máquina de hacer nubes con la idea de que éstas últimas regaran la tierra con su fértil frescura o que sirvieran para inspiración de los paisajistas y de los fotógrafos. Todo parecía ser perfecto hasta que me di cuenta que pocos hombres están dispuestos a mirar hacia los cielos, ya fuese hacia los tonos azules del día y la noche o hacia los cientos de tornasoles del astro rey.
Con la esperanza herida, intenté que fuera un corazón y se lo entregué en una cajita de madera a la primera mujer con la que me topé, una chica de rostro simétrico, cabellos sedosos y rítmica corporeidad hacia la que tuve una confianza ciega y desmedida. No duró mucho, la falta del calor de sus manos amenazó con secar mi pedacito de vida, por lo que debí de arrebatarla de su encierro lacerándome las entrañas y sacrificando mis lágrimas.
Viendo la agonía dentro de mis ojos, la llevé al exilio. Hoy, aquella historia está guardada en el fondo de un río caudaloso, violento e innavegable. Quien quiera tomarla entre sus manos, quien quiera darle nueva forma y coserla entre su presencia y su amor, deberá bañarse entre aquellas aguas con el cuerpo completo, con todos los latidos de su corazón y las heridas de su alma. Sólo le bastarán unos momentos, con el alma plena nos encontrará.
Viendo la agonía dentro de mis ojos, la llevé al exilio. Hoy, aquella historia está guardada en el fondo de un río caudaloso, violento e innavegable. Quien quiera tomarla entre sus manos, quien quiera darle nueva forma y coserla entre su presencia y su amor, deberá bañarse entre aquellas aguas con el cuerpo completo, con todos los latidos de su corazón y las heridas de su alma. Sólo le bastarán unos momentos, con el alma plena nos encontrará.
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