Yo Confieso... #9: Cálculos Biliares y la Semana de Ausencia

Peter Paul Rubens (1577 - 1640)
"El Castigo de Prometeo por el Águila de Zeus" (ca. 1610-11)
Óleo sobre tela, 189 x 240 cm
Philadelphia Museum of Art, Estados Unidos

Diez días de ausencia en el blog tienen muchas explicaciones, pero una de ellas es más importante que las demás. Sus mercedes disculpen por no tener un tema mejor del cual hablar, pero esto es bastante importante para mí.

Dudo que recuerden que el pasado mes de marzo tuve un severo dolor de espalda que me mantuvo con muchos problemas por varios días; en aquel momento me indicaron que debía realizarme un ultrasonido de abdomen superior como diferencial, pero como al final fue un asunto meramente muscular, no me lo hice.

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Pero fue en estos días que me regresaron unos dolores abdominales muy fuertes que había experimentado durante el año pasado en momentos aislados, y que asociaba a comer en exceso; dichos malestares me terminaron por tumbar el pasado jueves, día que tuve una entrevista de trabajo muy importante aderezada con un agradable encuentro inesperado. Me había sentido muy cómodo en la cita, y pese a que estaba nervioso, no había sentido ninguna clase de pánico escénico.

La tarde fue muy tranquila: tenía la adrenalina muy acelerada y me sentía demasiado bien; a las 8 de la noche, después de haberme quedado dormido mientras leía, sentí ese terrible ardor en el abdomen que me despertó. No lo podía creer, pensé que me había librado de ellos desde hace algunos meses; comencé a sudar frío y a tener escalofríos. Sin duda me encontraba muy mal, y cuando hicieron efecto los antiespasmódicos y los analgésicos, sentía que sólo habían vuelto el malestar más "light", como si estuviera adormilado pero muy presente. No me quedaron ánimos para cenar cuando todo terminó.

Tuve cita para ultrasonido el sábado por la mañana, después de un ayuno total que no me dejó dormir; cuando terminó la exploración, le pregunté a la doctora que me atendió que si tenía de qué preocuparme, pero no quiso decirme demasiado, sólo que no me enojara demasiado. Esa noche fue la fiesta de cumpleaños de V.G., y me divertí como pocas veces en mi vida, tratando de olvidarme un rato de lo que había pasado y recargando ánimos para lo que se viniera.

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Hace rato fui a recoger el resultado, y mi mamá se puso como loca al ver que tenía un par de cálculos de un centímetro; me dijo que tendrían que operarme en algún momento, lo cual me dejó sin muchas ganas de hablar. Entonces fui a la oficina de papá para que él viera el ultrasonido, y me dijo que era muy probable que tuviera que ir al quirófano, pero que debía buscar una alternativa, ya que era demasiado joven para que me quitaran la vesícula. En unos días, empezaré tratamiento con ácido ursodesoxicólico, el cual deberé llevar junto con una dieta; adios al huevo, a los lácteos y a las grasas.

Si mamá se entera de que papá no quiere que me metan bisturí, va a dar el grito en el cielo. Mamá es médico familiar, es del tipo de galenos que dan tratamientos a rajatabla, que mandan a sus pacientes a estudios ante cualquier síntoma extraño. Por su lado, papá es internista y administrador, él es más del tipo que busca alternativas menos invasivas a problemas aparentemente severos; el que sea hijo suyo también debe influir a que no me haya mandado de inmediato a operar.

Ese par de piedritas biliares me van a traer mareado por la primera mitad del año. Espero que todo salga bien y que no tenga que meterme a cirugía de emergencia. Habrá que tener fe en la ciencia y mucha disciplina.

No tiene nada de malo admitir que tengo miedo...