Si tuviera la oportunidad de reencarnar en un cantante, no dudaría en elegir a Freddie Mercury, ese tímido chico parsi de sonrisa chueca y enorme voz que estremeció al mundo entero.
Nacería en el último lugar del mundo, aprendería piano y diseño entre tres continentes, escucharía ópera y jazz. Tal vez trabajaría en un aeropuerto y me uniría a una banda de rock para cambiar mi destino.
Haría de mis conciertos un teatro de máscaras, donde yo sería rey y reina, donde provocaría a todos los presentes con mis juegos vocales y mis glamorosas gestualidades.
Fusionaría mis pasiones melómanas en una tragedia de asesino; me convertiría en Lady Godiva, soñaría que soy Al Capone, lucharía para ser campeón del mundo y príncipe del Universo.
Bailaría por el mundo, descansando sólo para divertirme. Me entregaría a los brazos del deseo en todos sus caudales y formas, sin escatimar en nada. The bigger the better, everything.
Y en las postrimerías de mi vida, extinguido por la pandemia de todos los continentes, entregaría cada gota de mi ser en una hermosa y última canción.
Porque, siendo yo Freddie Mercury, cuarenta y cinco años de existencia serían insuficientes para mostrar todo el brillo de mi existencia.
Los recuerdos son intangibles, las canciones son fugaces, pero las leyendas persisten las barreras de la propia trascendencia...
Bailaría por el mundo, descansando sólo para divertirme. Me entregaría a los brazos del deseo en todos sus caudales y formas, sin escatimar en nada. The bigger the better, everything.
Y en las postrimerías de mi vida, extinguido por la pandemia de todos los continentes, entregaría cada gota de mi ser en una hermosa y última canción.
Porque, siendo yo Freddie Mercury, cuarenta y cinco años de existencia serían insuficientes para mostrar todo el brillo de mi existencia.
Los recuerdos son intangibles, las canciones son fugaces, pero las leyendas persisten las barreras de la propia trascendencia...
¡Gracias Freddie por la música!
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