junio 03, 2012

Berrinches de Novelista Novato #3: Perder el Vuelo*


Huatulco, Oax., Noviembre de 2000

Era la cuarta vez que la dejaba un avión en su vida. Sólo había dos vuelos con destino al Distrito Federal por día desde Huatulco, y Beatriz había perdido el último, el que llegaría a la ciudad cerca de las 8 de la noche.

Cuando llegó al mostrador y vio en las pantallas que el vuelo estaba cerrado, lo primero que hizo fue, reacción natural de toda persona incrédula ante su mala puntualidad, preguntar si aún era posible tomarlo en alguno de los carritos de servicio del aeropuerto; no le vino mucho en gracia observar el rostro divertido de la señorita del mostrador al decirle que el vuelo estaba despegando, que estaba sobrevendido de todas maneras y que tendría que solicitar su cambio de horario para el día siguiente. Después de una explosión de ira que terminó desahogada en un gran puñetazo sobre la mesa del mostrador, tuvo que solicitar su cambio de horario para el día siguiente a la ahora asustada mujer, cuyos grandes ojos oscuros manipulaban la computadora tratando de no mirarla.

La noche era fresca, un viento suave soplaba en las casi desiertas salas de espera del aeropuerto, moviendo con un ritmo dulce a las palmeras del lugar; algunos de los puestos de souvenirs estaban cerrando y los guardias de seguridad bostezaban cinicamente detrás de sus puños, con sus ojos entrecerrados tratando de mantener la vista hacia su alrededor. Beatriz había encontrado resignación sentada sobre una banca de espera; sabía que era momento de llamarle a sus tíos para decirles que había perdido el vuelo, que nunca creyó que el tiempo se le derretiría tan rápido en la Bahía de San Agustín, por no decir del transporte de vuelta a Santa Cruz. Para fortuna suya, no tendría que buscar un hotel en medio de la temporada alta en el pueblo; sabía que no habría problema si sus tíos le permitían quedarse en el suyo por una noche más.

Entre las tarjetas de presentación de miles de colegas diseñadores, artistas, curadores, coleccionistas y demás fauna por el estilo que había recolectado durante los últimos años, encontró una tarjeta telefónica; su StarTAC debía estar descargado, faltaba decir más, en alguna parte de su desordenado cuarto en casa de sus padres en la Álamos, tal vez dentro del cesto de la ropa sucia o entre los cientos de bocetos de su taller. No lo había pensado demasiado para regresar a su adorado Huatulco en búsqueda de un poco de inspiración a la orilla del mar, y empacó lo que pudo para un viaje relámpago de viernes a domingo; necesitaba una bocanada de aroma a espuma de mar en sus pulmones después de una tensa conversación con un galerista presumido durante un congreso y de no saber nada sobre Rafael durante casi tres semanas. En un ataque catatónico, decidió llevarse unos cuantos tarros de arena para su siguiente serie de pinturas de técnica tibetana, y había pedido que se le enviaran a la brevedad a su taller; su tío Ricardo, siempre tan amable con ella, arreglaría el problema del flete.


Beatriz se dirigió a paso firme hacia los teléfonos públicos del aeropuerto, tomó la tarjeta, la insertó en la ranura y marcó el teléfono del hotel de sus tíos en La Crucecita; pocos teléfonos conocía de memoria, y ése, aunque era un número que casi nunca marcaba, era uno de los que se aprendió durante sus bellos días de infancia, sonorizados con las canciones que su mamá y su tía cantaban durante las largas veladas de mezcal y plática. Le daba risa recordar que sus padres se llaman como una cantante argentina cuyas canciones sobre castillos en el aire y gatos malandrines estaban de moda en esos días; su tía Teresa le decía que con su pelo rizado alborotado y su cepillo para el cabello en la mano simulando un micrófono parecía la nueva Amanda Miguel, lo cual no le venía muy en gracia a sus papás porque los presentaba como mi hermano Miguel, su esposa Amanda y mi sobrina Amanda Miguel. Una sonrisa nada simulada decoraba su semblante mientras apretaba los tonos del teléfono, cuando escuchó la voz de su tía del otro lado de la línea, tuvo que respirar hondo para que la risa del recuerdo no la invadiera.

- Tía Tere, soy Anabé.

- ¿Qué pasó hija? No me digas que te dejó el avión. - Beatriz pensó lo inevitable, seguramente la chismosa de su madre le había contado sobre la vez que no tomó un vuelo a Guadalajara por estar baboseando en las tiendas del aeropuerto.

- Sí tía, se me hizo tarde en San Agustín y no llegué. - Contaba con el consuelo que las otras dos ocasiones en las que no alcanzó a llegar a su vuelo, no habían sido culpa suya; una vez encontró tres accidentes de camino al aeropuerto, en la otra el inútil del check-in no le dio el pase de abordar.

- Que tonta eres niña, pero no te preocupes por nada. ¿Quieres que Ricardo pase por ti?

- Si no es mucha molestia, tía.

- Para nada, seguro que Ricardo estará contento de tenerte aquí otro día. Acá te espero, y que bueno que te quedas porque te voy a preparar las enfrijoladas que te había prometido.

- Gracias tía, qué amable.

- Otra cosita, no pensaba decirte hasta que me hablaras, pero ahora que te quedas, te digo.

- ¿Qué pasó tía?

- Llamó Roberto, me dijo que te ha estado buscando durante el fin de semana.

- ¿Cómo rayos supo que estaba aquí?

- Lo mismo me pregunto, pero mejor hablamos cuando llegues. Nos vemos en un ratito. ¡Adios!

- Bye.

Cuando su tía colgó el teléfono, Beatriz se sintió un poco mejor y tomó el lado bueno de la situación. El martes tendría que estar en el despacho de diseño donde trabajaba, y los trayectos de casa de sus padres a Polanco eran bastante monótonos en medio de un tráfico infernal; durante las largas esperas, aprovechaba para hacer bocetos a lápiz de alguna idea que tenía en la cabeza, como papelería para algún cliente, alguna cosa de diseño editorial que tuviera que hacer o alguna escultura que estuviera rondando su cabeza. En el parque de La Crucecita había podido asentar sus ideas; su cuaderno de bocetos ya mostraba ideas terminadas para sus clientes, aunque tendría que llegar a realizar sus presentaciones para el próximo viernes. Pensar en el trabajo la abrumaba, pero el calor tropical de Huatulco le recordaba que había cosas que valían la pena más allá del estrés y de la neurosis citadina.

Beatriz se quedó observando fijamente hacia los techos de palma, tratando de blanquear su cabeza para que el tiempo pasara un poco más rápido; al ver que no tenía éxito, tuvo que sacar entre sus maletas el viejo cuaderno de bocetos para liberar la tensión con su mano. Como si fuera un asunto de mera memoria, dibujo su silueta firme y curvilínea sobre las arenas de un mar de olas suaves y rítmicas; se trazó casi completa, desde sus rulos enloquecidos y despeinados con aroma a shampoo y aserrín, su cuello corto, el reloj de arena formado por sus amplios hombros, sus senos medianos y sus caderas amplias, hasta llegar a sus firmes piernas de pies pequeños, obsesiones fetichistas de toda la vida, lo que más amaba de todo su ser terrenal. Sin embargo, no había rostro en aquel cuerpo hermoso, Beatriz no gustaba de dibujar sus facciones en este tipo de divertimentos tan confusos e impulsivos, tal vez porque no sabía a ciencia cierta cómo se sentía, si ansiosa, enojada o un poco confortada.

Justo después, dibujó detrás el misterioso árbol enterrado en el lugar, con su seco y grueso fuste del cual salía un enorme brazo que apuntaba hacia ese mar que, por más marea que quisiera juntar, jamás lo podría derribar; con diferentes gestos de su trazo irregular, insinuó sombras, nubes, luces del sol imparable y espuma de mar. De repente, pensó en el pliego de papel de algodón que guardaba junto a sus acuarelas; había cosas para las cuales un lápiz nunca era suficiente, y con el apuro del trabajo no tendría tiempo siquiera para tratar de recordar ese paisaje tan idílico y tan presente a la vez.

El tío Ricardo había tardado menos tiempo de lo que sus manos habían sentido en el cuaderno. Su bondadosa figura se había sentado junto a ella sin que se diera cuenta, observando los últimos detalles que le pudo arrancar a su cabeza de aquel burdo autorretrato con su lápiz.

- Algún día deberías hacerme un retrato, ¿no crees?

Cuando Beatriz volteó hacia su derecha y vio el rostro pacífico de su tío, no tuvo otra reacción más que abrazarlo con el cariño con el cual no había abrazado a nadie en muchos meses; extendió toda la longitud de sus brazos alrededor del cuello y lo apretó con su fuerza pequeña pero emotiva, como quien busca proteger con su presencia de cualquier amenaza. Ricardo no era un hombre demasiado expresivo, pero sólo necesitaba sonreír para hacer sentir su cariño a las personas que quería, y sus sobrinas eran las personas a las que más quería. Él y su mujer tenían 50 años y nunca tuvieron hijos propios; su esposa había tenido tres abortos traumáticos y dejaron de intentarlo. Cansados de tales infortunios, se fueron de la Ciudad de México dejándolo todo detrás para instalar un hotel en ese pequeño paraíso llamado Huatulco, donde prosperaron contra todo pronóstico. Pese a que hubo malos periodos, Ricardo y Teresa habían logrado sobrevivir y ver crecer su hotel estilo colonial durante los últimos 15 años de sus vidas.

Pese a tanto infortunio, las hijas de su cuñado se convirtieron en sus hijas del verano, la inquieta y creativa Ana Beatriz, y la tímida y cariñosa María José. Cada temporada alta, las pequeñas llegaban al pueblo a iluminar la vida de esa pareja cuyos años no habían pasado en vano por sus ojos; el verano pasado, Anabé no estuvo, por eso estaba tan contento de tenerla en casa, habían sido los 16 meses más largos de años recientes, porque ella era su favorita de las dos, la que más lo motivaba a levantarse para preparar el café del desayuno, con la que platicaba sobre libros y sobre artistas que nunca había visto pero que podía imaginar con la misma viveza con la que se los describía. María José era diferente, era mucho más joven e inocente, era del tipo que había que mimar con mucha efusividad; para eso Teresa se pintaba sola.

- Anabé, vamos al coche, Tere ya está preparando la cena.

- Que mal que no pude ver el atardecer, son casi las ocho y ya está oscuro.

- No te preocupes, mañana nos levantamos antes de que amanezca. ¿a qué hora sale tu vuelo?

- A las 3 de la tarde, tenemos toda la mañana.

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* NOTA IMPORTANTE: Comencé a escribir este texto para poder liberar algunas ideas sobre los personajes de mi novela; como estoy llevando una estructura muy matemática en el proceso de la trama, tenía cierta inquietud de desarrollar las características de los protagonistas. En este caso, estoy esbozando detalles de los tíos de Ana Beatriz, el personaje sobre el cual está girando la obra.

Los nombres de los personajes son los mismos que estoy manejando en mi manuscrito, aunque en este caso estoy trabajando en un tiempo diferente a los que he venido redactando. No sé si terminaré agregando este fragmento en algún momento de mi trabajo, pero al menos ya pude liberar algunas dudas.

La inspiración viene de un comentario de Facebook de una de mis amigas en relación a su hermana, que perdió un vuelo hace poco, lo cual me pareció muy chusco y me hizo reír demasiado; el primer enunciado de este fragmento, inacabado a propósito, es una paráfrasis tomada de esa conversación.

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