Jonathan Quick, el MVP con la Stanley Cup (Robert Gauthier / Los Angeles Times) |
Voy a contarles un cuento, yo sé que muchos no quieren, pero es mi blog y se aguantan. Esta es la curiosa historia de una princesa que soñaba con ser reina, bailar con el príncipe más hermoso y vivir junto a él entre las estrellas para toda la eternidad. Si han llegado hasta aquí y quieren dejar de leer, les pido un voto de confianza, que si bien es un relato largo vale la pena. Éste es un cuento de hadas, pero también es una historia épica; estoy seguro que los va a motivar.
Había una vez una princesa que nació en la calurosa ciudad de Los Angeles en 1967, arropada por un pueblo noble, lleno de glamour y amor incondicional hacia sus heroínas. Creció en paz y armonía junto a otras cuatro doncellas. Aunque era un bicho raro, era única y bella a su manera porque no practicaba los mismos juegos que sus compañeras; mientras dos jugaban beisbol y las otras dos baloncesto, ella practicaba una disciplina rara por esos lares, pero que con el tiempo se volvería una pasión del pueblo, el hockey sobre hielo.
Durante más de cuarenta años, esta princesa compitió ferozmente con otras mujeres de reinos lejanos; en un principio eran doce, y con el tiempo se fueron agregando más. Todas ellas buscaban lo mismo, tener la posibilidad de bailar con un hermoso príncipe de un reino muy lejano al otro lado del mar, cuya plateada efigie era la comidilla de todos los reinos: Lord Stanley. En un inicio, fue difícil, aunque durante todos esos años tuvo valientes amigos a su lado: Marcel Dionne, Bob Pulford, Rogie Vachon, Dave Taylor, Bernie Nichols y muchos más.
Muy pronto, llegarían a su vida un nuevo grupo de fieles que la convertirían en una guerrera temida en todos los campos de batalla; el más famoso de ellos, Wayne Gretzky, provenía de una tierra muy gélida del norte y era el mejor gladiador del mundo, un Aquiles del hielo. Junto a su ayuda y la de otros caballeros como Luc Robitaille, Jari Kurri, Tony Granato, Rob Blake, Marty McSorley, Kelly Hrudey y el coronel Barry Melrose, logró colarse por primera vez en su vida al gran baile del príncipe Stanley. Sus súbditos se emocionaron, le entregaban ostentosos regalos y la adoraban mientras marchaba hacia la victoria; los más célebres de ellos la acompañaban en su corte mientras veían a sus guerreros entregar su sangre y su sudor.
Aquella historia no tuvo final feliz, el apuesto Lord Stanley eligió a una guapa y orgullosa hechicera francófona, monarca de muchas tierras; su guardaespaldas, Patrick Roy, detuvo en seco a los valientes soldados de nuestra princesa. Aquella noche, lloró desconsolada, pero haciendo la promesa de que algún día volvería.
Los años pasaron, su ejército sufrió cambios radicales y muchos códigos de guerra habían cambiado. En los reinos cercanos había periodos de vacas gordas y nuestra princesa sufría con lo mínimo para sobrevivir; por un tiempo logró financiar y contener pequeñas invasiones, pero le era muy cansado dar buena pelea. Después de un año de tregua por sequía en los reinos, comenzaron a llegar a los dominios de nuestra princesa nuevos guerreros, deseosos de serle fiel y de defender su estandarte por todo el mundo. Valientes soldados como el capitán Dustin Brown, el guardaespaldas Jonathan Quick, el francotirador Anze Kopitar, los acorazados Rob Scuderi y Willie Mitchell y los temerarios bandidos Mike Richards y Simon Gagné; también estaban el herrero Matt Greene, los granaderos Justin Williams y Dustin Penner, las catapultas Drew Doughty y Alec Martínez, y los zapadores Jarred Stoll y Trevor Lewis. Todos ellos hicieron el juramento desde el mero inicio de la campaña.
Aquella travesía empezó de forma prometedora con visitas a tierras suecas y germanas, pero no parecía tener demasiados argumentos para competir con las doncellas mejor armadas, ya que se defendía muy bien pero no lograba atacar a sus enemigos; nuestra princesa cambió de mariscal, invocó a un general que había vivido en las sombras por casi más de un lustro, su nombre era Darryl Sutter. Bajo el mando de este estratega y su Estado Mayor, fueron reclutados nuevos elementos que cambiarían el rostro de su ejército, como el artillero Jeff Carter, el joven cavador de trincheras Slava Voynov y los expertos en demolición Dwight King y Jordan Nolan.
Así llegó nuestra heroína, enfundada en su armadura plateada y su vestido de sombra, a las justas que determinarían a las invitadas a la fiesta de este año, el ansiado baile con Lord Stanley. Con un ejército aparentemente más débil y por tener muchos menos éxitos, tenía que recurrir al protocolo de invadir primero para después recibir a sus adversarias; quedaban dieciséis en la competencia, y había sangre y fuego en todas partes. Siendo la que menos conquistas realizó durante la penosa campaña, tenía que ceñirse a las burlas y a las cejas levantadas de los súbditos de los otros pueblos; le gritaban "Cenicienta", la hacían menos, pero nadie de ellos esperaba lo que iba a hacer.
Primero sitió a la doncella que vivía en la comarca más lejana, cuyo ejército tenía fama de triunfos aplastantes gracias a dos terroríficas bestias gemelas; con relativa facilidad, el ejército de nuestra princesa incendió aquella ciudad. Su siguiente conquista fue una fortaleza en las tierras medias que parecía inexpugnable; en base a un ataque a sus puntos débiles, lograron tomar aquel castillo y someter a su dueña. Su tercera parada fue en el desierto, donde vivía una joven y altanera duquesa, resguardada por un peligroso dragón milenario; aquella batalla fue intensa, pero nuestra princesa y sus héroes salieron airosos con la cabeza de la bestia.
Una carta llegó al reino de parte de los secretarios del hermoso Lord Stanley, quien quería encontrarse con nuestra princesa en su baile anual. Poco después, se sabría la identidad de la otra pretendienta, el Diablo encarnado en mujer, que vivía en un palacio entre pastizales, favorita del Lord, tres veces elegida. Su guardaespaldas, un veterano de mil batallas llamado Martin Brodeur, era una leyenda viva venerada en todo lugar, y sus demás soldados eran conocidos por su valentía temeraria.
Para apoyar a su princesa, llegaron súbditos de todas las clases sociales a la corte, como en los viejos tiempos; las fiestas la motivaban a seguir adelante, sus guerreros eran héroes populares. Esta última batalla fue descarnada y llena de sangrientos encuentros cuerpo a cuerpo, los golpes de suerte favorecieron a nuestra heroína, pero cuando estuvo a punto de matar, su rival la hipnotizó, la hizo caer en un estado de trance del cual no podía salir. Dustin Brown y Jonathan Quick, sus guerreros más fieles, sabiendo que el sueño de su ama peligraba, tomaron sus corceles y cabalgaron a toda velocidad para someter a esa mujer-demonio que la aprisionaba. Cuando la princesa capturó nuevamente a su enemiga, no tuvo piedad.
Cuando nuestra princesa pudo por fin bailar con Lord Stanley, fue coronada por su gracia como su nueva elegida. Nuestra hermosa mujercita derramó lágrimas de alegría; conmovida, agradeció de corazón a sus valientes ejércitos y besó con toda su pasión al príncipe. Un pedazo de su alma brotó de su cuerpo y se elevó al cielo; había logrado su sueño de formar parte de las constelaciones por el resto de los tiempos. Había dejado de ser esclava de su melancolía y pese a todas las adversidades que se pusieron frente a ella, se había consagrado por fin como reina.
Esta heroína, cuya hazaña será recordada para siempre en la historia de la NHL, responde al nombre de Los Angeles Kings.
Había una vez una princesa que nació en la calurosa ciudad de Los Angeles en 1967, arropada por un pueblo noble, lleno de glamour y amor incondicional hacia sus heroínas. Creció en paz y armonía junto a otras cuatro doncellas. Aunque era un bicho raro, era única y bella a su manera porque no practicaba los mismos juegos que sus compañeras; mientras dos jugaban beisbol y las otras dos baloncesto, ella practicaba una disciplina rara por esos lares, pero que con el tiempo se volvería una pasión del pueblo, el hockey sobre hielo.
Durante más de cuarenta años, esta princesa compitió ferozmente con otras mujeres de reinos lejanos; en un principio eran doce, y con el tiempo se fueron agregando más. Todas ellas buscaban lo mismo, tener la posibilidad de bailar con un hermoso príncipe de un reino muy lejano al otro lado del mar, cuya plateada efigie era la comidilla de todos los reinos: Lord Stanley. En un inicio, fue difícil, aunque durante todos esos años tuvo valientes amigos a su lado: Marcel Dionne, Bob Pulford, Rogie Vachon, Dave Taylor, Bernie Nichols y muchos más.
Muy pronto, llegarían a su vida un nuevo grupo de fieles que la convertirían en una guerrera temida en todos los campos de batalla; el más famoso de ellos, Wayne Gretzky, provenía de una tierra muy gélida del norte y era el mejor gladiador del mundo, un Aquiles del hielo. Junto a su ayuda y la de otros caballeros como Luc Robitaille, Jari Kurri, Tony Granato, Rob Blake, Marty McSorley, Kelly Hrudey y el coronel Barry Melrose, logró colarse por primera vez en su vida al gran baile del príncipe Stanley. Sus súbditos se emocionaron, le entregaban ostentosos regalos y la adoraban mientras marchaba hacia la victoria; los más célebres de ellos la acompañaban en su corte mientras veían a sus guerreros entregar su sangre y su sudor.
Aquella historia no tuvo final feliz, el apuesto Lord Stanley eligió a una guapa y orgullosa hechicera francófona, monarca de muchas tierras; su guardaespaldas, Patrick Roy, detuvo en seco a los valientes soldados de nuestra princesa. Aquella noche, lloró desconsolada, pero haciendo la promesa de que algún día volvería.
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El Juego 6 final quedó 6-1. Dustin Brown celebrando el 1-0 con Drew Doughty (Wally Skalij / Los Angeles Times) |
Aquella travesía empezó de forma prometedora con visitas a tierras suecas y germanas, pero no parecía tener demasiados argumentos para competir con las doncellas mejor armadas, ya que se defendía muy bien pero no lograba atacar a sus enemigos; nuestra princesa cambió de mariscal, invocó a un general que había vivido en las sombras por casi más de un lustro, su nombre era Darryl Sutter. Bajo el mando de este estratega y su Estado Mayor, fueron reclutados nuevos elementos que cambiarían el rostro de su ejército, como el artillero Jeff Carter, el joven cavador de trincheras Slava Voynov y los expertos en demolición Dwight King y Jordan Nolan.
Así llegó nuestra heroína, enfundada en su armadura plateada y su vestido de sombra, a las justas que determinarían a las invitadas a la fiesta de este año, el ansiado baile con Lord Stanley. Con un ejército aparentemente más débil y por tener muchos menos éxitos, tenía que recurrir al protocolo de invadir primero para después recibir a sus adversarias; quedaban dieciséis en la competencia, y había sangre y fuego en todas partes. Siendo la que menos conquistas realizó durante la penosa campaña, tenía que ceñirse a las burlas y a las cejas levantadas de los súbditos de los otros pueblos; le gritaban "Cenicienta", la hacían menos, pero nadie de ellos esperaba lo que iba a hacer.
Primero sitió a la doncella que vivía en la comarca más lejana, cuyo ejército tenía fama de triunfos aplastantes gracias a dos terroríficas bestias gemelas; con relativa facilidad, el ejército de nuestra princesa incendió aquella ciudad. Su siguiente conquista fue una fortaleza en las tierras medias que parecía inexpugnable; en base a un ataque a sus puntos débiles, lograron tomar aquel castillo y someter a su dueña. Su tercera parada fue en el desierto, donde vivía una joven y altanera duquesa, resguardada por un peligroso dragón milenario; aquella batalla fue intensa, pero nuestra princesa y sus héroes salieron airosos con la cabeza de la bestia.
Una carta llegó al reino de parte de los secretarios del hermoso Lord Stanley, quien quería encontrarse con nuestra princesa en su baile anual. Poco después, se sabría la identidad de la otra pretendienta, el Diablo encarnado en mujer, que vivía en un palacio entre pastizales, favorita del Lord, tres veces elegida. Su guardaespaldas, un veterano de mil batallas llamado Martin Brodeur, era una leyenda viva venerada en todo lugar, y sus demás soldados eran conocidos por su valentía temeraria.
Para apoyar a su princesa, llegaron súbditos de todas las clases sociales a la corte, como en los viejos tiempos; las fiestas la motivaban a seguir adelante, sus guerreros eran héroes populares. Esta última batalla fue descarnada y llena de sangrientos encuentros cuerpo a cuerpo, los golpes de suerte favorecieron a nuestra heroína, pero cuando estuvo a punto de matar, su rival la hipnotizó, la hizo caer en un estado de trance del cual no podía salir. Dustin Brown y Jonathan Quick, sus guerreros más fieles, sabiendo que el sueño de su ama peligraba, tomaron sus corceles y cabalgaron a toda velocidad para someter a esa mujer-demonio que la aprisionaba. Cuando la princesa capturó nuevamente a su enemiga, no tuvo piedad.
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Esta heroína, cuya hazaña será recordada para siempre en la historia de la NHL, responde al nombre de Los Angeles Kings.
FIN
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