Ubaldo Gandolfi (1728 - 1781) "Selene y Endimión" (ca. 1770) Óleo sobre tela, 227.33 x 146 cm Museo de Arte del Condado de Los Ángeles |
Hace unos días, el calendario fue implacable con mi nostalgia y con mi sinrazón. Tuve que recordar que aquella mujer existe en algún lugar del Universo.
El número mágico de su distancia espacial es treinta y seis. La distancia es larga, demasiado larga para buscarla en un mapa de rutas aéreas y traducirla en números. Hace algunos años, estuvo un poco más lejos de lo que hoy está reconociendo las estrellas que formaban su firmamento existencial como una argonauta. Hoy, aquella mujer de ojos zarcos que perturbó mis sueños por largos periodos de tiempo está de regreso en aquellos lares con el mapa de su proyecto de vida totalmente configurado en espera de tener caminos trazados para su próximo regreso.
Mientras tanto, yo ando lidiando con un trabajo apasionante pero difícil, donde estoy a cargo de cuarenta y cuatro cabezas adolescentes, cada una un universo con estrellas más brillantes que otras, pero con el mismo potencial para ordenar ese caos en un futuro muy lejano. En un mes, aquellos chicos y mis superiores se han convertido en la razón de mi vida; despertarme por las mañanas para ir a trabajar, preparar mis clases por la tarde y tomar notas para calificarlos se ha convertido en el motivo para crecer que no tuve por tantos meses. Hay grandes motivos para sonreír, aunque muchos dirían que podrían existir mejores.
El pasado jueves, estaba platicando con tres de mis alumnas de Tercero, una de ellas con una muy clara vocación filosófica, otra con problemas de timidez y la última con un destino más o menos marcado en el mundo de la danza; por alguna razón pasamos de hablar de Simple Plan y Ximena Sariñana al tema del futuro, querencia natural en chicas de su edad. Fiel a mi estilo, formulé un argumento bastante divertido y visual: desafortunadamente, la vida no es como el rollo de una película cinematográfica que puedas editar a tu antojo, cada destino es una realización constante donde no existen guiones ni argumentos conocidos. En cierta forma, estamos supeditados al destino, pero eso no implica que tengamos que dejar de luchar. Por cierto, mientras escribo esto, pienso en la clase de mañana para ellos, trata sobre planes a futuro y tengo que apurarme.
En todas las vidas humanas, los caminos son diferentes, el destino es un concepto difuso, el día a día te permite nuevas oportunidad y te cierra otros; he dejado para mal la novela que estaba escribiendo, juro que se retomará cuando haya agarrado los ritmos de mi actividad matutina, ésa es una promesa que pienso mantener en pie. El principal propósito de 2013, si es que el destino y Dios lo desean, será entrar a la maestría; será la UNAM, me queda claro, es lo que he deseado desde que estaba a la mitad de la carrera. Por ahora, tengo una secundaria a la cual entregarle mis talentos y quiero hacerlo de la mejor manera; mi jefa confió en mí, y ustedes saben que no me gusta fallar a las confianzas.
Pero cuando el insomnio arrecia y el sol se oculta en los velos cenicientos de las inciertas tardes capitalinas, mi corazón pierde sus colores y comienza a resoplar melancolía. Es entonces cuando quisiera tardes de calles rojas, Nepturnos manieristas y cielos romanescos; es entonces cuando quisiera tenerla frente a mí para preguntarle qué ha sido de su vida.
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