Lo he estado pensando desde hace ya muchas semanas... y no he sabido respondérselo a nadie como debe de ser. Lo he sugerido desde meses atrás, pero la retórica directa en escritura no es mi fuerte. Soy un hombre sutil hasta en los sentimientos, incapaz aún de desbordar el caudal de emociones de sus adentros. Escuchando esta versión instrumental de este tema de Bob Dylan (el cual conocí mediante la cantante Adele, una sensacional gordita londinense de acento cockney y rasposa voz), me han dado ganas de ponerme sincero y confesar, con pretensiones de cursilería, la revolución que está pasando en mi vida.
Aún rondan mi cabeza las sinceras palabras de una mujer que conocí y me cautivó con su amistad años atrás (Segundo Semestre de la Licenciatura, seamos exactos). Reto ahora mismo al olvido... ¿Cómo fue que me lo dijo?... Fue algo así como "Lo que pasa es que usas demás la razón y olvidas al corazón". Sí, es muy cierto, al parecer debo razonar todo, lo trascendente y lo insignificante, lo profano y lo profundo, para mantenerlo bajo control. (¡Cómo te echo de menos C.P.R.!). Me cuesta trabajo dejar hablar a la entraña, pero ésta sin duda guía muchos de los sentidos en mis palabras.
El punto es que en mi vida está pasando algo que está perturbando ese orden racional tan impuesto a la fuerza por la costumbre y la rutina, más fuerte que la carga académica de cada día en la estimulante vida universitaria, más fuerte que el cansancio y el aburrimiento producto de mi ocio, más fuerte que cualquier cosa que pase en mi familia o en mi sociedad, más fuerte que mi voluntad errante. Las causas son varias, y espero plantearlas con sinceridad, que mi raciocinio deje hablar a mi corazón.
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Por principio de cuentas, me he vuelto mucho más apegado a las personas, ya no soy tan solitario como antes (aunque la melancolía y la soledad me han formado una personalidad muy definida). Nuevos amigos y conocidos, de todas edades y orígenes, han llegado a nutrir mi vida con su tan diferente forma de ver el mundo, lo cual me ha permitido valorar a los que he tenido en estos años, y a recordar con nostalgia a los de ayer. Esto ha llevado a un estimulante estira y afloja, un deseo de seguir cultivando esos votos de amistad, y de recobrar los que se fueron de mi alcance por el curso de la vida. A mis amigos, los que están, los que estuvieron, estarán siempre en mí. Ellos saben quienes son, significan mucho para mí, los quiero y los extraño...
Mi familia, entidad heterogénea desde mi forma de verla hoy en día, cambió radicalmente durante estos últimos años. Me he vuelto más apegado a mi padre de lo que era antes de su separación con mi madre. Él es mi sustento moral y económico, ha apoyado mis deseos y mis caprichos, me ha indicado qué es bueno y qué es malo, me ha querido y sabido escuchar. Mi admiración por él ha crecido, siento que lo conozco mucho mejor, siento que le puedo confiar muchas más cosas (como este blog). Al principio me resistí tajante y hostilmente a los cambios en su vida, pero el tiempo y la paciencia le dieron la razón a él. Él ahora tiene un proyecto diferente, con bases fuertes, que mira hacia un futuro bello y prometedor, y en él me siento parte esencial, como hijo y como amigo.
Con mi mamá, por otro lado, no me llevo mal, nuestra relación ha mejorado bastante, pero en verdad me cuesta trabajo relacionarme con ella, aún cuando vivimos en el mismo techo. No dudo del amor que le tengo, tampoco seré desagradecido con ella (ella ha hecho mucho esfuerzo que no he correspondido), pero a veces siento que ella desea absorberme a mí y a mi hermana en su nostalgia, como si fuéramos parte del fracaso de su matrimonio, debido a que no la apoyamos. La doble moral y el fanatismo religioso que se viven en mi familia materna no ayuda del todo, por lo cual también me he separado de ellos de forma natural, pese al amor que profeso por mi abuelita. Digamos que mi madre es posesiva, y tardé en darme cuenta de mi "mamitis". Hoy vivo un poco más libre, y ella siente que me pierde. Quisiera poder hacerle saber que hoy la necesito de una forma diferente a la cual ella está acostumbrada, algo más parecido a la relación renovada y fortalecida que tengo con mi papá.
Y hay una última causa, la cual es más interna que externa, y que quizá es la más importante. En esta agitación que vivo se han ido abriendo nuevas oportunidades, nuevos nichos qué llenar. Se van presentado lugares por visitar, gente por conocer, cosas por probar, libros por leer, ideas, conocimientos, sentimientos y sensaciones. Sin embargo, este camino, como el tren de la película "2046" de Wong Kar Wai, no me lleva directamente al futuro, sino que insiste en pagarle una visita a mi turbio pasado, como quien hubiera dejado extraviada una luz en la lejanía, una luz que le indique el camino entre las tinieblas...
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La conocí hace muchos años, y en esos tiempos no recuerdo haber cruzado demasiadas palabras con ella, pero desde esos momentos me agradó. Invocarla en esos días me habla de verbos irregulares del inglés y cuadros de honor. Eran tiempos muy buenos, entre inocencia y despertar de nuevas ideas e impulsos. Yo ya era tímido, y ella ya era bella, y el tiempo cabalgaba burlón en el oropel de un tiovivo. Para mí aún no existía nada que se pareciera a la poesía. No existía el deseo de buscar la opinión y el sentimiento alguien más. Para mí no existía nada aún, ni siquiera ella.
Los años pasaron, los cuerpos y las almas expandieron su dimensión y su zona de acción. Cual galaxias se fueron separando en el enorme mar de universos humanos, pero el destino, juguetón y calculador a la vez, decidió que nuestras existencias se encontraran de nuevo. Ya no éramos los mismos, quizá el cambio suyo impactó mi espíritu, quizá era más radiante de lo que recordaba, quizá más inquieta de lo que sabía. Los encuentros fueron volviéndose mucho más frecuentes, mi curiosidad se fue volviendo más insaciable, y mi timidez más grande.
Desde ese día, hace varios años, al día de hoy, una fresca madrugada de Octubre de 2009, no he sabido qué es lo que la hace tan especial para mí: Los universos de nuestras vidas han ido creciendo y llenándose de estrellas, alimentándose del polvo cósmico de las ideas, derramando luz y vida de diferentes maneras. Sin embargo, entre todo lo que a mí me ha tocado vivir (grandes momentos, mejores personas, y uno que otro infortunio sin relevancia), los pocos instantes a su lado distribuidos en todos esos años, amiga sin igual, mujer inteligente, son pequeños tesoros, que juntos forman una constelación de recuerdos que se trazan y encuentran una y otra vez, cayendo en un vicio exquisito. Algunos le llaman obsesión, otros ocio, mi papá y mi hermana “necesitas una novia”, pero yo, inocente corazón de niño en cuerpo de hombre, soy tan tonto para llamarle, sin titubeos, como mis sentimientos me lo dictan: Amor sin condición.
Mi confesión es: Estoy enamorado… y es una tontería, porque ella es una amiga que me ve sólo como tal, porque no quiero volver a perderla. Porque este sentimiento se alimenta de idealizaciones y recuerdos, porque no ha buscado ser real, porque no pediría nada a cambio, porque no sabe lo que quiere, porque no se ha decidido a librar su batalla, porque no desea fracasar, porque no sabe lo que es jugar al amor de verdad, porque es célibe sin quererlo. Porque pienso en ella mucho tiempo del día y la noche, porque a veces dudo de su rostro y de su voz. Porque es una asignatura que he dejado de lado y deseo conocer, porque es más interesante e imperfecta de lo que creo… Porque esta vez más que nunca deseo tocar esa puerta, porque ninguna palabra me puede explicar el por qué la quiero…
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Por eso tergiverso las ideas del Anti-Edipo de los maestros Deleuze y Guattari, por eso más bien me he doctorado en cursilería, por eso es que he intentado volver a leer y escribir poesía (como en aquellos años en los cuales me enamoré de alguien más y anhelaba vivir, pero me deprimí de nuevo y a esa persona la perdí). De ahí se explica que me desconcentre tanto en todo y que mis respuestas sean vagas cuando me preguntan sobre lo que siento. Tratando de darle voz a mi corazón, he escrito este aburrido ensayo que quizá nadie termine de leer en este blog por su magnitud, pero al menos mis sentimientos no se han quedado para mí estancados en un dubitativo tartamudeo… Si alguien llega a leer esto, le agradezco la oportunidad, porque no es sino mi sangre vertida en estado puro ante la gracia de la vida.
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“Make You Feel My Love” es, desde mi punto de vista, una declaración perfecta de amor, sincera y concisa. Escucharla y resumir sus versos es para mí un momento de éxtasis, una invitación para cantarle a las estrellas, provocar a los vientos y hablarle a la Luna. Hay en particular un verso que me sobresalta sobre todos los demás, quizá por su particularidad literaria, o porque Adele logra interpretarlo de una forma esperanzadora y juvenil. Lo importante es que ahí, Bob Dylan relata una imagen muy parecida a la mía en los últimos días. La letra es la siguiente:
The stars are raging on the rolling sea
And on the highway of regret
The winds of change are running wild and free
You ain’t seen nothing like me yet.
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