La bahía de Manhattan en la mañana del 11 de septiembre de 2001 |
Un día como hoy, hace 10 años, el siglo XXI tomó un rumbo inesperado, un golpe furtivo que al día de hoy sigue determinando el devenir de la historia contemporánea. La destrucción de la Torres Gemelas, el World Trade Center de Nueva York, y el golpe al edificio del Pentágono cerca de Washington DC, sede del Departamento de Defensa de Estados Unidos, y el avionazo cerca de Shanksville, Pennsylvania fueron el inicio de una época, la cual se vio entintada por muchos cambios en la forma de ver nuestro mundo desde todos los frentes.
Estoy seguro que la gran mayoría de las personas que teníamos conciencia de nuestra existencia recordamos dónde estábamos y qué estábamos haciendo cuando nos enteramos de aquellas noticias que sacudieron las fibras de nuestra civilización. Recuerdo que estaba en segundo de secundaria, aunque lo que no recuerdo es la clase que estaba tomando, cuando la maestra de Geografía y Formación Cívica y Ética entró al salón para avisarnos de lo que había ocurrido apenas unos minutos antes. En el coche de camino a casa, recuerdo que mi papá escuchaba en la radio a Jacobo Zabludovsky, pero fue hasta que llegué a ver la televisión cuando me di cuenta de aquellas imágenes tan sorprendentes, de las Torres en llamas cayéndose sobre Manhattan aterrorizado, tras ser horadadas por dos aviones secuestrados, sembrando una herida en una nación que lucía sencillamente intocable.
Aún quedan preguntas por responder sobre lo que llevó a los sucesos de esa mañana, pero la magnitud de todo ese caos rebasa mi entendimiento, y muchas letras mejor fundamentadas ya se han escrito. Han pasado, inevitables y fugaces, diez años desde ese día, y la raza humana de hoy sencillamente no es la misma. Estos ataques enseñaron a la sociedad americana a temer de su propio poder como potencia, algo que desde el golpe militar a Pearl Harbor no experimentaban, guardando las debidas distancias vivenciales. Estados Unidos comprendió, a la mala, que no dormiría en los laureles de la aparente estabilidad ideológica que tanta sangre propia y ajena costó durante el siglo anterior, sino que se tendría que pelear una vez más para hacer saber a los demás que ellos seguían siendo "los buenos de la película", lo que a la larga pagarían muy caro. De nueva cuenta, la gran máquina de espectáculos sociales norteamericana, creadora de esperanzas, temores y simulacros, entraba en acción, en un mundo globalizado donde los puentes de información empezaban a volverse mucho más cortos, y en donde cualquier paso en falso sería observado con lupa en el exterior.
La presidencia de George W. Bush encontró en el dolor y la furia de una nación el catalizador para sus políticas de gobierno, tanto en el sector económico como en el internacional; un cheque en blanco le fue entregado, con el cual inició dos guerras que aún no terminan, las cuales le han costado a la Unión Américana la pérdida de prestigio político y su credibilidad como policía del mundo. En Afganistán, se buscó hasta el cansancio a los responsables, Osama Bin Laden y las demás cabezas de Al-Qaeda; fue hasta 2011 que el enemigo número 1 fue muerto por los ejércitos americanos en Pakistán, nación que juega un abyecto rol de doble agente. En Irak, con el pretexto de la existencia de armas biológicas nocivas para la seguridad mundial, Bush Jr. buscó terminar con el gobierno que su padre no logró finiquitar una década atrás, lastimando de muerte la credibilidad de su cruzada contra los fundamentalismos islámicos; la vida de Saddam Hussein, juzgado y ejecutado bajo un marco jurídico armado al vapor por crímenes a la humanidad, fue el gran trofeo que justificó esa intervención rapaz.
Las consecuencias de toda esa gran cadena de acciones afecta al mundo en el que estamos viviendo: ninguna de las dos intervenciones ha concluido, y en ellas han muerto 6000 soldados, el doble de los que fallecieron en la jornada fatídica del 11-S; además, el mundo ha sido tomado por asalto por las revoluciones del Mundo Árabe y por nuevas tensiones entre Israel y Egipto, en donde la política americana no ha tenido la fuerza para tomar la postura que en otros tiempos hubiera despejado los cielos. Militarmente hablando, es bien sabido que Estados Unidos tiene el músculo y la infraestructura lo suficientemente fuertes para mantener a raya a países deseosos de poder nuclear como Irán y Corea del Norte, pero en el campo político no existe ya tal virtud.
A la luz salieron teorías de conspiración, rumores alarmantes sobre las megalomanías de su presidente en turno, cuantiosos endeudamientos que terminaron por explotar en 2008 y duras faltas a los Derechos Humanos encarnados en infiernos como el de Guantánamo. Hubo un momento en el cual la gran mayoría de los sectores de la sociedad norteamericana sabían que el emperador andaba desnudo, y que era necesario un cambio de perspectiva en todos los sentidos; la consecuencia directa fue la elección de Barack Obama, un joven senador de raza negra por Illinois, como una nueva esperanza para una nación decaída. Hoy, ese rayo de esperanza se tambalea entre las gravísimas consecuencias económicas heredadas por la administración Bush, sin liderazgo, incapaz de crear consensos, y con su tan deseada elección en peligro mortal. El déficit de Estados Unidos es tan severo que la economía interna es insostenible, sin contar las trabas que el gobierno de Obama ha encontrado en el Congreso dominado por la oposición republicana. Ante tal escenario, un gigante económico joven y fogoso se alza al rescate, su nombre: China.
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La presidencia de George W. Bush encontró en el dolor y la furia de una nación el catalizador para sus políticas de gobierno, tanto en el sector económico como en el internacional; un cheque en blanco le fue entregado, con el cual inició dos guerras que aún no terminan, las cuales le han costado a la Unión Américana la pérdida de prestigio político y su credibilidad como policía del mundo. En Afganistán, se buscó hasta el cansancio a los responsables, Osama Bin Laden y las demás cabezas de Al-Qaeda; fue hasta 2011 que el enemigo número 1 fue muerto por los ejércitos americanos en Pakistán, nación que juega un abyecto rol de doble agente. En Irak, con el pretexto de la existencia de armas biológicas nocivas para la seguridad mundial, Bush Jr. buscó terminar con el gobierno que su padre no logró finiquitar una década atrás, lastimando de muerte la credibilidad de su cruzada contra los fundamentalismos islámicos; la vida de Saddam Hussein, juzgado y ejecutado bajo un marco jurídico armado al vapor por crímenes a la humanidad, fue el gran trofeo que justificó esa intervención rapaz.
Las consecuencias de toda esa gran cadena de acciones afecta al mundo en el que estamos viviendo: ninguna de las dos intervenciones ha concluido, y en ellas han muerto 6000 soldados, el doble de los que fallecieron en la jornada fatídica del 11-S; además, el mundo ha sido tomado por asalto por las revoluciones del Mundo Árabe y por nuevas tensiones entre Israel y Egipto, en donde la política americana no ha tenido la fuerza para tomar la postura que en otros tiempos hubiera despejado los cielos. Militarmente hablando, es bien sabido que Estados Unidos tiene el músculo y la infraestructura lo suficientemente fuertes para mantener a raya a países deseosos de poder nuclear como Irán y Corea del Norte, pero en el campo político no existe ya tal virtud.
A la luz salieron teorías de conspiración, rumores alarmantes sobre las megalomanías de su presidente en turno, cuantiosos endeudamientos que terminaron por explotar en 2008 y duras faltas a los Derechos Humanos encarnados en infiernos como el de Guantánamo. Hubo un momento en el cual la gran mayoría de los sectores de la sociedad norteamericana sabían que el emperador andaba desnudo, y que era necesario un cambio de perspectiva en todos los sentidos; la consecuencia directa fue la elección de Barack Obama, un joven senador de raza negra por Illinois, como una nueva esperanza para una nación decaída. Hoy, ese rayo de esperanza se tambalea entre las gravísimas consecuencias económicas heredadas por la administración Bush, sin liderazgo, incapaz de crear consensos, y con su tan deseada elección en peligro mortal. El déficit de Estados Unidos es tan severo que la economía interna es insostenible, sin contar las trabas que el gobierno de Obama ha encontrado en el Congreso dominado por la oposición republicana. Ante tal escenario, un gigante económico joven y fogoso se alza al rescate, su nombre: China.
Ha sido una década difícil, pero es necesario hablar también de los progresos de la humanidad ocurridos durante estos años, los cuales también son parte de nuestra cotidianidad. Las tecnologías han avanzado con pasos de gigante, hay una mayor conciencia cívica entre las masas, mayor profundidad de pensamiento e intercambio cultural. El internet y las redes sociales, medios en los que se escribe el vestigio universal de nuestros tiempos, han tomado el papel fundamental por encima de otros medios de comunicación que dominaron el siglo anterior, como la televisión, la radio y la prensa escrita. Estados Unidos y otros países del mundo han tenido mayor apertura ante cuestiones de derechos humanos y de convivencia, como son los derechos de la comunidad LGBT y de las minorías étnico-culturales, como es el caso de los latinos. Los avances tecnológicos y de las ciencias siguen teniendo en las universidades y centros de investigación de la Unión Americana a los mejores mecenas, sobre todo en materia de las investigaciones en genética y medicina. Pese a la emergencia de muy importantes bienales de arte contemporáneo en diferentes rincones de Europa y América Latina, Estados Unidos aún conserva su lugar como uno de los centros artísticos fundamentales debido a la cantidad de recintos museísticos, galerías de compra-venta y centro de formación para creadores.
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Sin duda, los atentados del 11 de septiembre de 2001 han traído al mundo cualquier cantidad de consecuencias que 10 años después aún dan de que hablar como punto de referencia en los libros de historia y en nuestras historias personales como seres humanos. La vida sigue implacable, y la impronta de estos sucesos nos sigue señalando con los dedos humeantes de su trascendencia y con la sangre fresca de nuestro presente.
aun se me hace increíble que ya haya paso 10 años de esto, todavía siento que fue hace poco, es una tristeza tanta gente que murió ese día y todos los soldados que fallecieron en guerras a consecuencia de este suceso creyendo defender a su país. Recuerdo que todas las teorías me tenían muy asustada como la del New World Order y tanto documental sobre el tema me dejaba con nuevas ideas en la cabeza.
ResponderEliminarSaludos
Hola Fátima, gracias por visitar mi blog...
ResponderEliminarJusto me haces recordar todas esas teorías de conspiración tan truculentas, las cuales tienen sentido debido a que quedan muchas preguntas qué responder sobre lo que pasó. Que si el petróleo, que si las cartas con Antrax, que si las armas biológicas, que si los extraterrestres y el Apocalípsis...
Fueron momentos muy bizarros los que se vivieron en esos tiempos...