Gustav Klimt (1862 - 1918) "Hope, II" (1907 - 08) Óleo, platino y oro sobre tela, 110.5 x 110.5 cm Museo de Arte Moderno, Nueva York |
Hoy es mi cumpleaños número 24. Un día como hoy de 1988, mi madre me dio la vida a costa de nueve meses de cargarme en su vientre; un día como hoy, pegué mi primer llanto y tomé mi primera bocanada de vida. Mamá no es muy buena escribiendo cosas que no sean recetas e informes médicos, pero es su lado de mi familia el que almacena casi todas las memorias del niño que fui; hoy quiero contarles sobre el día en que nací, porque cuando mi madre me lo ha contado, siempre le encuentro un lado chusco.
Nací en el entonces bastante nuevo Hospital de Ginéco-Obstetricia No. 221 del IMSS en Toluca, veinte minutos después del mediodía del sábado 20 de agosto; medía 52 centímetros y pesaba 3 kilos 200 gramos. El día 19, mi mamá comenzó a sentir los dolores del parto; estaba cuidando a mi primo mayor, de mes y medio de edad, mientras que mis abuelos y sus hijos estaban en la fiesta de graduación de mi tía C. Mamá dice que mi primo lloraba mucho y que fue muy difícil lograr que se durmiera, a eso agréguense los dolores de parto y tenemos un escenario difícil; por fin se durmió el sobrino, pero mi mamá estaba preocupada de que la fiesta se prolongara ahora que sus padres y sus hermanos estaban en casa. Sus "tactos" le decían que aún le faltaba para que su hijo naciera, pero la ansiedad era más grande.
La mamá de mi primo vivía justo frente a la casa de mis abuelos, por lo que mi tío le propuso a mi mamá que se fuera con su entonces mujer a dormir, algo que mi mamá rehusó. Fiel a su costumbre etílica, mi abuelo estaba bebiendo con uno de los compañeros de mi tía; cuando de eso se trata, la única ley es que "la casa pierde", lo cual significa que "botella que se abre, botella que se acaba". El malestar de mi madre era tal que tuvo que salir de su habitación, bajar las escaleras y prácticamente correr al invitado de mi abuelo. Mi entonces primerizo abuelo entendió la señal y fue a preguntarle a mamá si ya quería que la llevara al hospital; en la vieja Caribe 82 que entonces tenía, se dirigieron hacia el hospital, ya casi amanecía.
Mamá suele aconsejar, "si vas a dar la luz y eres médico, ni se te ocurra decirlo". Las enfermeras la pusieron a esperar en una habitación al doctor Gámez, quien se suponía la iba a atender, pero los dolores eran cada vez más fuertes, por lo que se puso a dar vueltas para poder aguantarlos. El doctor estaba bastante ocupado cuando yo insistí en comenzar a dar lata con urgencia de nacer, por lo que los residentes tuvieron que llevar rápidamente a mi madre hacia el quirófano a pesar de que ella insistía que quería ver al doctor; tal fue la insistencia de ambos que el residente tuvo que llamarlo de emergencia.
"Me hubieras esperado unos minutos". Pero ya no había tiempo, la fuente estaba rota y mamá había comenzado su trabajo de parto; "a ver, puja fuerte". Sin necesidad de anestesia, llegué al mundo, podemos decir que mamá me parió con dolor, pero muy rápido. Nada demasiado romántico, llegué al mundo como debí llegar y no tengo quejas sobre ello; de hecho, al día de hoy me compadezco de los bebés que nacen por cesárea.
"Quiero ver a mi hijo, ¿cómo está mi hijo?", por alguna razón los médicos se desesperaron, sentían que mi madre estaba demasiado ansiosa después de que nací; para proseguir con los procedimientos post-parto, le inyectaron ketamina, medicamento conocido como "droga de la verdad". Después de un largo sueño, mamá se enteró de boca de un residente de la cantidad de groserías que le había gritado a los presentes bajo el efecto de aquel medicamento tan potente; también se enteraron que mamá era médico y ex-alumna del director del hospital.
Cuando me vio por primera vez, le estaba dando la espalda al mirador de los cuneros; no lloraba tanto como esperaban. Mi abuelo suele decir que me veía como un ratón mojado, con mis cabellos parados y mis ojos grandes. Como mi papá trabajaba en aquellos días en Malinalco, no me conoció hasta días después; siempre he tenido la idea de que aquellos días fueron inmensamente felices.
Muchas gracias Beto. Espero que los vicios me permitan vivir muchos años...
ResponderEliminarMuchas felicidades, Francisco. Que tus días estén llenos de plenitud. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias Ana Cristina. Eso espero y deseo para este año... ¡¡¡Abrazos!!!
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